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Jacobus de Voragine, Legenda Aurea, Hist. 2, y Vicente Bell. Spec. hist. 9.115, y también en Gesta Romanorum, cap. 18. Una escena semejante, en que un ángel se aparece bajo la figura de un pastorcillo, se encuentra en La buena guarda, de Lope, que se titula también La Encomienda bien guardada.

Mordióse los labios el fraile, y al cabo de un momento dijo al pastorcillo: Pareces muy despierto, y tal vez pudiera yo hacer algo por ti. ¿Cómo te llamas? ¡Otra! ¿Pues, no pregunta cómo me llamo?... De ninguna manera. Los que me llaman son los que me necesitan. Tienes razón, niño, tienes razón. Y ese angosto sendero que penetra en el bosque ¿adónde va?

Sólo que el pastorcillo era mucho más ágil, y cuando el fraile llegó adonde él estaba, ya en pocos brincos había puesto por medio cuarenta pasos y había desliado la honda de la cintura, y sin saber jota de la historia sagrada preparábase á repetir el lance de David contra el gigantazo de Goliat.

Al día siguiente, después de rumiar mucho aquel encuentro extraño, el pastorcillo llegóse al palacio de su aldea a tiempo que la tarde caía, y pidiendo hablar al señorito, le disparó este discurso: Que ayer vide a la niña de esta casa llorando y sola por las mieses y llamándole a usté.... Y que digo yo que iba muy desmelená y con el hábito rompido....

Un pastorcillo de Luzmela, que tornando las ovejas la tropezó, oyóla suspirar un nombre conocido, como en demanda de amparo, y además la vió tender sus manos en la sombra creciente de la noche y no atinar con ningún sendero y perderse en la soledad silente de la vega.

Acuérdate de David, mancebo, que era un pastorcillo sin fuerzas, y venció y derribó al gigante en el valle del Terebinto. ¿Cuántas hermanas, hijas, madres y esposas no han logrado convencer á sus descarriados maridos, hermanos, hijos ó padres? Á gloria parecida debes aspirar , y Dios te premiará y te dará brío para alcanzarla.

Imaginó, por último, Elisa, que le iba sucediendo con el Conde lo que al pastorcillo embustero de la fábula, que gritaba: «¡Al lobo! ¡Al lobocuando el lobo no venía, y que una vez que el lobo vino, no le valió gritar «¡Al loboporque los que podían socorrerle no dieron crédito a sus gritos. Elisa calculó que el Conde no acudía al reclamo, temeroso de nueva burla.

Pastorcillo, que vienes, pastorcico, que vas? Pues en verdad que está ya duro el alcacel para zampoñas. A lo que añadió el ama: Y ¿podrá vuestra merced pasar en el campo las siestas del verano, los serenos del invierno, el aullido de los lobos? No, por cierto, que éste es ejercicio y oficio de hombres robustos, curtidos y criados para tal ministerio casi desde las fajas y mantillas.