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Y por obedecer a don Pedro que nos llamaba, apartámonos de la linda panadera que nos empujaba con los ojos hacia él mientras se despedía de nosotros «hasta luego»; pero de tal modo, que con ello y con algo más que yo había creído notar antes, y un poco de malicia que nunca falta en los pensamientos de los hombres en determinados casos, como aquél, no pude menos de exclamar en mis adentros: ¿Si serán estos los anteojos con que mira Neluco estos lugares que tan hermosos le parecen?

Y sacando las suyas comenzó a introducirlas en la cerradura. Las pruebas no tuvieron buen éxito. Desesperanzado, al fin, se arregló las gafas con impaciencia, se puso el sombrero, cogió su cayado y dijo emprendiendo la marcha: Vaya, vaya; nos aguantaremos por hoy. Pero antes de llegar a la puerta se volvió, y algo acortado preguntó a la doméstica: ¿Hay pan por ahí? No ha venido aún la panadera.

Veíase que era mozo inteligente, de bastante lectura y determinado a lidiar con las enfermedades ajenas; mas la amarillez biliosa de su rostro, la lividez y secura de sus delgados labios, no prometían salud robusta. Aquel fanático de la higiene no predicaba con el ejemplo. Asegurábase que tenía la culpa el ron y una panadera de Cebre, con salud para vender y regalar cuatro doctores higienistas.

El médico de Cebre, atrabiliario, magro y disputador; el notario, coloradote y barbudo, osaban decir chistes, referir anécdotas; el sobrino del cura de Boán, estudiante de derecho, muy enamorado de condición, hablaba de mujeres, ponderaba la gracia de las señoritas de Molende y la lozanía de una panadera de Cebre, muy nombrada en el país; los curas al pronto no tomaron parte, y como Julián bajase la vista, algunos comensales, después de observarle de reojo, se hicieron los desentendidos.