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Estaba en una de las galerías exteriores, riñendo con voz queda á las criaditas mestizas para que no despertasen con los ruidos de la limpieza á la dueña de la casa, cuando repentinamente pareció olvidar su cólera, poniéndose una mano sobre los ojos para ver mejor. Un jinete encabritaba su caballo en mitad de la calle, agitando al mismo tiempo un brazo para saludarla.

Cuando éste, conteniendo la nerviosidad de su caballo, que se encabritaba al husmear la proximidad del coloso, pudo colocarse al fin junto á los enormes pies, Ra-Ra le habló desde arriba en el idioma del país. El Hombre-Montaña deseaba hacer alto, empleando como asiento uno de los pabellones bajos de la Universidad. La escolta, podía descansar igualmente durante una hora echando pie á tierra.

Batirse no ofrecía para él dificultades, pero libremente ó mandando á otros, pues su carácter se encabritaba ante todo lo que significase disciplina.

Mucho después, cuando sentado á la mesa del padrino sorprendió cruzándose sobre su cabeza las sonrisas de éste y el ama de llaves, llegó á sospechar si doña Pepa sería la inspiradora de tanto verso lacrimoso y entusiástico. Pero su buena fe se encabritaba ante tal suposición. No, no era posible; forzosamente debía existir otra.

Y, en efecto, charla en esos propios instantes a más y mejor en amor y compañía de su inolvidable institutriz miss Eva Brown, de la gentil millonaria norteamericana miss Ketty Nicholson, de petrolesco olor, según detenidas observaciones de Pierrepont, sin que falte en el arcangélico coro aquella por siempre famosísima señorita de Chalvin, que se encabritaba como un caballito resabiado, según confesión de su misma interesante mamá, cuando en algo se le contrariaba.

Su blanco y sonrosado rostro, sus ojos azules y los rubios cabellos que coronaban su cabeza, cubierta de un lindo birrete de velludo blanco, por bajo del cual caían dichos cabellos en rizadas ondas de oro, casi hubieran dado al gentil extranjero la apariencia de una disfrazada andante damisela, si no hubieran mostrado que era muy hombre, la energía insolente de su mirar, su briosa apostura y el desahogo y la destreza conque manejaba y dominaba su fogoso caballo, que retenido por él hacía piernas, se encabritaba impaciente y tascaba el freno, cubriéndole de espuma.

Era la bestia adormilada en la soledad, que se encabritaba al husmear el perfume de Maud; la pureza forzosa por falta de ocasión, que se retorcía fieramente ante la curva tentadora, el largo contacto de las manos o las blancas suculencias enfundadas en seda negra o seda gris exhibiéndose tentadoras entre las faldas recogidas al remontar una escalera con voluntario descuido.