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Está loca, Marta; ¿acaso tenéis la culpa de que ese bribón de Federico haya tenido la idea de reaparecer de repente? Vamos, vamos, reíos de la injusticia de la condesa y volved a vuestro cuarto. No me atrevo dijo la viuda con verdadero miedo ; me haría echar a la calle por los sirvientes. Mathys la tomó la mano y la arrastró, diciendo con gran agitación: ¿Echaros a la calle?

¡, la condesa! dijo el aya suspirando . Me echará del castillo así que sepa lo que acabáis de decirme. ¡Echaros! exclamó el intendente con una sonrisa de desprecio . La condesa se pondrá furiosa y os injuriará probablemente; pero no temáis nada; haga y diga lo que quiera, tendrá que someterse a mi voluntad. Poseo medios infalibles para vencer su resistencia.

Pues yo quisiera haberlo sabido antes de... antes de haberme olvidado por vos de lo que soy dijo la condesa de Lemos. He dicho que ya sabía yo que no habíais de estaros callada mucho tiempo, doña Catalina. ¿Y es posible que yo guarde silencio cuando tengo tanto que echaros en cara?

35 Esto, sin embargo, digo para vuestro provecho; no para echaros lazo, sino para lo honorable, y para que sin impedimento os sirváis al Señor. 36 Mas, si a alguno parece cosa fea en su hija, que pase ya de edad, y que así conviene que se haga, haga lo que quisiere, no peca; cásese.

Encontróle más allá de su dormitorio, en un pasadizo, rebujado en el capotillo, temblando de miedo y de frío, y murmurando entre dientes palabras ininteligibles. ¡Oh! ¡oh! ¿quién es? dijo retirándose de una manera nerviosa al ver á doña Ana. Nada temáis, señor Montiño dijo doña Ana ; soy yo, que de orden del duque de Lerma, voy á echaros fuera para que os vayáis á descansar.

¡Ay! -dijo a esta sazón la Dolorida-, con benignos ojos miren a vuestra grandeza, valeroso caballero, todas las estrellas de las regiones celestes, e infundan en vuestro ánimo toda prosperidad y valentía para ser escudo y amparo del vituperoso y abatido género dueñesco, abominado de boticarios, murmurado de escuderos y socaliñado de pajes; que mal haya la bellaca que en la flor de su edad no se metió primero a ser monja que a dueña. ¡Desdichadas de nosotras las dueñas, que, aunque vengamos por línea recta, de varón en varón, del mismo Héctor el troyano, no dejaran de echaros un vos nuestras señoras, si pensasen por ello ser reinas! ¡Oh gigante Malambruno, que, aunque eres encantador, eres certísimo en tus promesas!, envíanos ya al sin par Clavileño, para que nuestra desdicha se acabe, que si entra el calor y estas nuestras barbas duran, ¡guay de nuestra ventura!