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Contemplábalos Ojeda con respeto y envidia, sumidos en su gravedad silenciosa que tenía algo de sacerdotal; insensibles a la música y los rumores de fiesta que venían de abajo; huyendo de los reflejos luminosos que esparcía el buque sobre sus costados como un halo de gloria; avanzando la cabeza en la noche para husmearla mejor; indiferentes al mundo alegre y variado que invadía las entrañas de la nave en cada viaje; sólidamente adheridos al testuz del monstruo cuya marcha guiaban, como el cornac guía al elefante montado en su frente.

Lo que lo gusta es el vino bueno, y el arrak, que es el ron de la India, tanto que los cornacs le conocen el apetito, y cuando quieren que trabaje más de lo de costumbre, le enseñan una botella de arrak, que él destapa con la trompa luego, y bebe a sorbo tendido; sólo que el cornac tiene que andar con cuidado, y no hacerle esperar la botella mucho, porque le puede suceder lo que al pintor francés que, para pintar a un elefante mejor, le dijo a su criado que se lo entretuviese con la cabeza alta tirándole frutas a la trompa, pero el criado se divertía haciendo como que echaba al aire fruta sin tirarla de veras, hasta que el elefante se enojó, y se le fue encima a trompazos al pintor, que se levantó del suelo medio muerto, y todo lleno de pinturas.

Pero los que conocen bien al animal dicen que sabe de arrepentimiento y de ternura, como un cuento que trae un libro viejo que publicaron, allá al principiar este siglo, los sabios de Francia, donde está lo que hizo un elefante que mató a su cuidador, que allá llaman cornac, porque le había lastimado con el arpón la trompa; y cuando la mujer del cornac se le arrodilló desesperada delante con su hijito, y le rogó que los matase a ellos también, no los mató, sino que con la trompa le quitó el niño a la madre, y se lo puso sobre el cuello, que es donde los cornacs se sientan, y nunca permitió que lo montase más cornac que aquél.

El joven le guiaría en su excursión, como el cornac que va sentado en la testa del elefante. Siguiendo sus indicaciones, se metió entre las dos torres y las casas para seguir una amplia avenida. Durante varias horas Gillespie visitó la capital, admirando la audacia constructiva de aquellos pigmeos.

Acometió por un lado al elefante y logró derribar a su cornac hiriéndole de una estocada. El elefante se revolvió contra Morsamor y le asió también con la trompa.