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Desde el primer momento este joven avejentado, gritón, charlatán, maltrecho de traje y no limpio de persona, con nariz como pico de ave carnicera, pegajoso bigote, dudosas uñas y marcado olor a tabaco y cerveza, inspiró a Beatriz la más profunda antipatía.

El borracho, avejentado prematuramente, era un barón de Berlín, antiguo capitán de la Guardia imperial, que había perdido al juegos sumas importantes confiadas por sus superiores. En vez de matarse, como lo exigía su familia, se vino á América, rodando hasta lo más bajo. Empezó siendo general en el Nuevo Mundo, y acabó de peón ebrio y mal trabajador.

¡Ah!, ¿eres ? dijo una de las conspiradoras. Me parece que , Clarita respondió Rafael. Es que hace tanto tiempo que no te veo, que ya te desconocía. Me parece que estás avejentado. ¿Cómo has podido separarte de tus extranjeros?

Fuimos juntos a Izarte, en coche. Paramos en casa de Machín y subimos los dos a su despacho. Me chocó ver a mi enemigo de cerca. En poco tiempo se había avejentado. Quizá, en vista de su aire miserable, parte de mi cólera desapareció. Machín nos miró con aire sombrío, nos saludó y nos dijo: ¿Qué querían ustedes? Este señor tiene que hablarle contestó secamente el doctor . Yo le hablaré después.

Esto hace que tropiece con los ojos de Madó, la señora de Toledo; unos ojos que consideran sin duda más interesante al príncipe Lubimoff bigotudo, avejentado y con uniforme, que cuando era el elegante amo de sus padres. ¡Pobre coronel!... Y huye de la mirada tentadora, de la boca carnuda y purpúrea que parece desafiarle al sonreir.

Regresó el ingeniero al centro de la ciudad para comer en un restorán, y tres veces llamó por teléfono á la casa de Torrebianca. Cerca ya de media noche le contestaron que el señor acababa de entrar, y Robledo se apresuró á volver á la avenida Henri Martin. Encontró á Federico en su biblioteca considerablemente avejentado, como si las últimas horas hubiesen valido para él años enteros.

Lo último es lo que le acontecía al epicúreo Colignon, que, entre jadeos y sofocos, remontaba periódicamente la cuesta del asilo, atraído por el ascético Belarmino; es decir que caía, sin voluntad, subiendo hacia él. El señor Colignon, bastante avejentado ya, penetra, con sus acompañantes, en el zaguán del asilo; una pieza alongada, de paredes desnudas, con cuatro desvalidas silletas de paja.