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No tuve más remedio que decir: «Al enemigo que huye, puente de plata»; y con tal de verles marchar, no me importaba el sablazo que me dieron. Aflojé los cuartos a condición de que se habían de ir inmediatamente. Y aquí paz y después gloria. Y se acabó mi cuento, niña de mi vida, porque no he vuelto a saber una palabra de aquel respetable tronco, lo que me llena de contento.

Mi compañero me dijo con tono triunfal: Oiga V., caballero; estos hombres se están matando para verlo y no conseguirán nada; pero nosotros lo hemos de guipar todito y con mucha comodidad... No se separe V. de ... Iremos pegados a los faldones de los soldados, y llegaremos a debajo del mismo tablao, sin mayor inconveniente... Hay que saber arreglárselas... De algo le han de servir a uno los años que tiene sobre el cogote... Vamos, no afloje V. el paso... Apriétese V. contra y déjese llevar... ¡Que se está V. separando, caballero!... Agárrese V. a mi capa... ¿Qué es eso? ¿Se queda V.?... Hombre, lo siento, porque no va V. a ver nada... Vaya, adiós, caballero... adiós...

Que me dejéis en paz y os vayáis por donde habéis venido, porque aquí no estamos en Méjico. No se ponga tan bravo, señor respondió con calma amenazadora Federiquito . Afloje el bolsillo un poco y ya verá qué pronto embarcamos. Os he dicho que estáis equivocados. No sólo no me he llevado nada de vuestra madre, sino que la he dejado los quince mil pesos de la hipoteca.

Me desembaracé de mi mochila para convertirla en almohada, me aflojé el cinturón y con el cuchillo en la mano me tendí para descansar. Afortunadamente, los mosquitos no cesaron de turbar mi reposo; como durmiendo con sueño intranquilo, mi oído percibía vagamente todos los ruidos á mi alrededor y oía la charanga enervante de los mosquitos y el saltar de los monos chillones.

Con estos y otros consuelos, don Simón hasta se atrevía a toser sin taparse la boca, cuando el frío de la noche le obligaba a ello. De pronto se encontraba en una poza con el agua hasta las cinchas. ¡Afloje usted las riendas le gritaban desde atrás , y deje al caballo que siga la calzada!

Pero en fin, allá se entenderá con Dios; y entre tanto, lo que importa es que afloje los cuartos para mi obra. Y que le ha de valer para su alma, aunque él no quiera... Con que a ver si me le catequizas. Haré lo que pueda... Veremos, le diré algo... No vayas a olvidarte... Adiós, hija de mi alma. Me voy; esta noche me contarás lo que te diga.

Pero he visto y estoy viendo maltratada a la religión y sus ministros, estoy viendo en peligro la salvación de muchas almas, veo todos los días al divino Jesús y su dulce nombre escarnecidos por los impíos que mandan casualmente en España, poniéndole una corona de espinas mil veces más dolorosa que la que llevó en Jerusalén... y siento que sus ojos me imploran y escucho su voz celestial que me solicita para que afloje un poco aquella terrible corona... ¿Crees que debo posponer los sublimes intereses de la religión, la salud de mi alma y la gloria de Jesús al pueril temor de desagradar al mundo?