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La tierra cantaba de alegría con un goloso glu-glu que les llegaba al corazón á todos ellos. «¡Bebe, bebe, pobrecita!» Y hundían sus pies en el barro, yendo encorvados de un lado á otro del campo, para ver si el agua llegaba á todas partes.

Llegadas a ese punto las explicaciones, y yendo por camino tan llano, todo quedó tácitamente concertado en aquella entrevista, que duró poquísimo. Doña Luz estaba turbada y confusa, pero la majestad severa de su rostro y ademanes hubiera contenido al amador más audaz.

Un dia, yendo Candido y Martin á sentarse á la mesa con los forasteros alojados en su misma posada, se acercó por detras al primero uno que tenia una cara de color de hollin de chimenca, el qual, agarrándole del brazo, le dixo: Dispóngase vm. á venirse con nosotros, y no se descuide.

Don Eugenio pertenecía a la Milicia Nacional, y aunque tomaba sus bélicas ocupaciones con tibio entusiasmo, no por esto dejaba de preocuparse del honor de la «tercera de Ligeros». Cuando era preciso se calaba el chacó, martirizaba el pecho con el asfixiante correaje, y servía a la nación y a la libertad, yendo a pasar la noche en el Principal, donde comía melones en verano, se calentaba al brasero en invierno, en la santa y pacífica compañía de algunos otros comerciantes del Mercado, que, olvidándose de la marcialidad de su uniforme, pasaban las horas de la guardia hablando de las fábricas de Alcoy o del precio del azúcar y de la seda; todo esto sin perjuicio de faltar a la ordenanza, abandonando el puesto con frecuencia para dar un vistazo a sus casas.

Doña Carmen y Javier estaban al lado de Clotilde, para quien se había dispuesto en la sala de descanso una butaca. Julia y Ruiloz paseaban calladamente, yendo y viniendo desde los almacenes de mercancías hasta el depósito de agua, que servía como de abrevadero a las locomotoras.

Cuando subimos sobre cubierta se desvanecía en los horizontes del Poniente la luminosa transparencia del día, yendo poco á poco borrándose los contornos de los monstruosos grupos que dibujan en las nubes los últimos destellos del sol. A la tenue y melancólica luz del crepúsculo divisamos á la banda de babor una cenicienta faja. Eran las costas de Tayabas.

Con todo esto, volvieron al camino real y siguieron por él a la ventura, sin otro disignio alguno. Yendo, pues, así caminando, dijo Sancho a su amo: -Señor, ¿quiere vuestra merced darme licencia que departa un poco con él?

11 Y yendo ellas, he aquí unos de la guardia vinieron a la ciudad, y dieron aviso a los príncipes de los sacerdotes de todas las cosas que habían acontecido. 12 Y juntados con los ancianos, y habido consejo, dieron mucho dinero a los soldados, 13 diciendo: Decid: Sus discípulos vinieron de noche, y le hurtaron, durmiendo nosotros.

Este hombre tomaba los platos de sobre las mesas, los entregaba á los lacayos, decíales la manera que habían de tener para llevarlos y servirlos, y no paraba un momento, yendo de una mesa á la otra con una actividad febril, con entusiasmo, casi con orgullo, como un general que manda á sus soldados en un día de batalla.

Buscó la anciana entre aquella gente caras conocidas; y mira por aquí y por allá, creyó reconocer a un gitano que en cierta ocasión había visto en el Hospital, yendo a recoger a una amiga suya. No quiso acercarse al grupo en que el tal con otros disputaba sobre un burro, cuyas mataduras eran objeto de vivas discusiones, y aguardó ocasión favorable.