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Actualizado: 29 de julio de 2025
Se abría una puerta, y sacaba su cabeza desmelenada una mujer con gesto de espanto. ¡Favó al rey!... ¡Que me mata mi Enrique!... ¡Que me desloma, que me jase peazos porque no he traío na! Seguía vociferando con la cabeza fuera de la puerta y el cuerpo dentro de casa, sin moverse, para que el gitano pudiera apalearla sin gran molestia.
No es fácil representarse el estupor que se apoderó del ingenioso Sánchez al ver a aquellos energúmenos vociferando frente a él y metiéndole los puños por la cara. Todo su discurso estaba lleno de benevolencia, de ideas conciliadoras; creía estar lisonjeándoles; hasta esperaba verlos enternecidos como él andaba cerca de estarlo. Y he aquí que de repente se levantan frenéticos, amenazadores.
Deseaba seguir vociferando, y tuve que callarme, pues la mandíbula se me caía sobre el pecho... Está en el cementerio. Y fuimos al cementerio.
Volvía a salir a luz el pañuelo, y todos lo miraban. ¡Las tres flores blancas! ¡La señal de la virginidad! Podía celebrarse la boda. Y al abrirse de nuevo la puerta y mostrar la vieja el pañuelo, entraba la genio en tropel, vociferando de alegría, saludando a la desposada con ruidosos aspavientos: ¡Viva lo bueno!... ¡Viva la honra! ¡Olé por el mérito! ¡Vamos a juntarlos!
De esta suerte prosiguió vociferando y alejándose poco a poco, mientras Andrés levantaba del suelo a la víctima y la sacudía con la mano el polvo. Celesto se tocó por todas partes, a ver si tenía algún paraje del cuerpo magullado, y dijo exhalando un suspiro: ¡Qué gran yegua! Yo pensé que le había tirado a usted el caballo, porque pasó delante con gran rapidez...
Al pasar el coche por las inmediaciones de La Campana, vieron los toreros una gran masa de gente popular con los garrotes en alto, vociferando en actitud sediciosa. Los agentes de policía, sable en mano, cargaban contra ellos, recibiendo palos y devolviendo mandobles. El Nacional se levantó del asiento, queriendo echarse abajo del carruaje. ¡Ah, por fin! ¡Llegaba el momento!...
Otros empleados de la plaza corrían de un lado a otro con grandes espuertas de arena, arrojándola a montones sobre los charcos de sangre y los cadáveres de los caballos. El público estaba de pie, gesticulando y vociferando. Sentíase entusiasmado por la fiereza de la bestia y protestaba de que en el redondel no quedase ni un picador, gritando a coro: «¡Caballos! ¡caballos!»
Palabra del Dia
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