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Actualizado: 1 de junio de 2025
El Vizconde y yo nos hicimos en seguida muy amigos suyos, y los tres íbamos juntos a todas partes. Claro está que una de las primeras a donde le llevamos fue a la tertulia de la Sra. de Figueredo, la cual le recibió con extremada afabilidad, y dejó conocer desde luego que el inglesito no le había parecido saco de paja.
Con este intento, sin orden, según las ideas y los recuerdos acudían a mi mente, me puse a escribirlos con precipitación en el libro que te remito adjunto. Escritos están ya, léelos y queda así apercibido para que no te sorprenda lo más extraordinario ni lo más raro. Lleno el Vizconde de curiosa ansiedad, después de leer esta advertencia, abrió el libro, le leyó y vio que decía de esta suerte:
Hasta el vizconde, si bien en su llanto parecía haber un poco de risa, porque durante el sermón, con un alfiler y una tirilla de papel que encontrara por casualidad en el suelo, había prendido una pequeña cola en las abultadas polleras de doña Brianda. Por suerte, nadie advirtió su impiedad, «nadie diría fray Anselmo, ¡menos Dios!»
El mundo está lleno de gente que no se ocupa en otra cosa, que esperan también que les llegue su turno, y que se ingenian en precipitar el desenlace. Uno de los más desdeñosos de la especie, era entonces el vizconde de Monthélin, muy conocido en la alta sociedad parisiense. M. de Monthélin amaba exclusivamente el amor, y con ello tenía ya un título para con las damas.
Grande debió ser aquella reunion, pues segun dicen las historias, el rey se propuso armar 18 caballeros noveles, y otros los infantes D. Pedro y D. Ramon, y el Vizconde D. Ramon Folch, y los armados por el rey y por estos habian de armar á su vez otros, de modo que al todo eran mas de 250 caballeros noveles sin contar los ricos hombres.
Núñez con astucia cambió en seguida la conversación. Las señoras dieron permiso para encender los cigarros y, con asombro de Elena, la condesa aceptó un cigarrito de tabaco turco que Narciso le ofreció. ¿Y dónde anda ahora Menelao, amigo Gustavo? preguntó con sonrisa insolente el vizconde de las Llanas. Núñez se turbó levemente y echó una rápida mirada de reojo a Elena.
Hechas estas reflexiones, que asaltaron con rapidez y en tumulto la mente del Vizconde, y movido además por el deseo, por el cariño y hasta por la obligación en que se creía de ofrecer consuelo, a fin de no pasar por descortés y por sandio, el Vizconde recordó con viveza las antiguas intimidades y mostró con mayor viveza aún el prurito de renovarlas. Pero se llevó chasco y se quedó frío.
Así transcurrió, no sin grande impaciencia del Vizconde, una semana entera, y llegó otro viernes, día en que la señora de Pinto tenía su tertulia. El Vizconde acudió tan temprano, que sólo encontró a la señora y señoritas de la casa y a tres o cuatro amigos íntimos que habían estado a comer con ellas.
Aquella noche había en la tertulia mucha gente, y el Barón tardó bastante en volver con el abrigo, a pesar de lo habilidoso que era para tales menesteres. Las súplicas del Vizconde fueron entonces más fervorosas y reiteradas. Rafaela se quedó un momento pensativa y como vacilante. Al fin dijo al Vizconde en voz muy baja: Sea; usted lo quiere y el diablo lo quiere también.
El Vizconde de Goivoformoso aceptó gustosísimo aquella amable invitación, y casi puede decirse que la primera tertulia a que asistió, después de su llegada, fue a un té en casa de la mencionada dama brasileña.
Palabra del Dia
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