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Actualizado: 1 de mayo de 2025


«¡Quién será el dragón que ha querido birlarlos la herencia!... ¡A ese tunante le sacaría yo las entrañas!... Cuidado que engañar así a mis niños, haciéndolos pasar por hijos de un Rufete... Quitad allá, pillos, que mi niña es duquesa y mi niño es vizconde... ¡Re-puñales!».

Tantas veces os dije, vizconde observó don Fernando, que en España no debéis nunca burlaros o hablar ligeramente de sacerdotes y cosas de religión... Sois insufrible, caballero aseguró a Guy doña Brianda. ¿Cuándo aprenderéis a estaros con juicio? preguntole el primer duque de Sandoval.

Me ha hablado de varios. ¿Pero del hijo de uno de sus amigos? Amaury vio que no podía retroceder. Ayer pronunció delante de el nombre del vizconde Raúl de Mengis. ¿De mi sobrino? ; que tal es el deseo de nuestro querido Avrigny. ¿También sabe que yo pensé en Raúl para Magdalena? , señor.

No acierto a ponderar el profundísimo dolor, la tristeza y el asombro que este trágico suceso produjo en el ánimo de mi buen amigo el Vizconde de Goivoformoso, que, más bien que como hombre maduro, como apasionado y vehemente mancebo había esperado y soñado en los regocijos y deleites de aquel día.

Todavía en el camino, aunque le hizo el caballo a todo correr, pugnó el Vizconde por fortalecer su espíritu y por creer que lo que había leído no podía tener mal resultado y era sólo conjunto de burlas o de declamaciones, inventado por Rafaela para lucirse y hacer gala de las muchísimas cosas que había aprendido durante su larga estancia en París y de lo acicalado y agudo que había llegado a ponerse su ingenio.

Rafaela rió entonces con carcajadas más sonoras, y, para no llamar la atención del público, se retiró al fondo del palco. Allí siguió la risa, y siguió, hasta que D. Joaquín, que había cesado ya de mover el resorte, acabó por alarmarse. También se alarmaron Juan Maury y el vizconde, únicos allí presentes. La risa, por caso extraño, se convirtió en ataque de nervios.

Nunca habrás visto a Manolito, ni a Paquito, ni al baroncito, ni al vizconde, ni a Mesía, que no es noble, pero anda con ellos, propasarse en lo más mínimo.... Pero en el trato íntimo, el que no es más que de la clase, ya es otra cosa. Otra cosa muy distinta dijo doña Anuncia, comprendiendo que a ella, por mayor en edad, le tocaba seguir explicando el ten con ten.

Y aun se decía más: se decía que nuestro personaje había contraído en Inglaterra un vicio, no tan raro en aquel país como lo es en cualquier otro fuera de las islas. Al menos el vizconde de Aymaret, juez competente en estas materias, aseguraba a su mujer que ese diablo de Pierrepont trajo de por allá una afición un tanto desmedida al Jerez y al brandy.

En extremo le pasmó el deseo concebido y formulado por Rafaela de poner término y corona a la larga serie de sus livianos amores con un amor puro, fiel y constante. No quiso el Vizconde perder la esperanza.

Como ya frisaba en sesenta años, aunque se conservaba muy bien, no tenía para qué reportarse, ni se reportaba y refrenaba en sus manifestaciones de cariño; de modo que recibió al Vizconde materialmente con los brazos abiertos. Sus salones estaban ya llenos de gente, pero no impidió esto que el Vizconde fuese por ella abrazado y casi besado.

Palabra del Dia

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