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Actualizado: 1 de junio de 2025


Señores dijo el conde, no cabemos los cinco en el coche; pero, si no me equivoco, Amaury ha traído su cupé. Así es exclamó Amaury. Puedo ofrecer un asiento al señor vizconde. Iba a pedirle ese favor dijo el señor de Mengis. Ambos jóvenes se saludaron. Amaury, como puede inferirse, se apresuró tanto a ofrecer al vizconde su asiento en su cupé, temeroso de que le endosaran a Felipe.

Llegó por último la hora de partir, sin que Rafaela cediese, sin que al menos diese esperanza. Vio Rafaela al Barón de Castell-Bourdac y le encargó que fuese a buscar su abrigo. Se despidió luego de la Sra. de Pinto, y, siempre del brazo del Vizconde, se dirigió a la antesala.

En tres distintas y muy apartadas épocas de mi vida, peregrinando yo por diversos países de Europa y América, o residiendo en las capitales, he tratado al vizconde de Goivo-Formoso, diplomático portugués, con quien he tenido amistad afectuosa y constante.

Refrenando con dificultad su impaciencia, el Vizconde sintió pasar los días con lentitud hasta que llegó el 20 al cabo. Aún no habían dado las diez de la mañana, cuando le trajeron un grueso pliego cerrado y sellado.

Bastante reñimos ya en el siglo XVI, para que volvamos a las andadas. La cosa no nos divertiría ahora, porque ya no tiene novedad. ¿No es cierto? Suspiró doña Brianda dignamente, por única respuesta. Y todos bebieron después; todos menos uno, el anfitrión, pues no le alcanzaron las copas, habiendo él roto dos, de puro nervioso, al tomarlas para que sirviera el vizconde...

Poco acostumbrado a este deporte, a Manuel le faltó pronto el aliento, interrumpiose y erutó rociando el rostro del gascón con un gran buche de vino. Esto trae suerte dijo Guy, riéndose. Sigue, muchacho... Había terminado su botella el vizconde y el ayuda de cámara, que no podía ver el vino y jamás lo probaba, iba apenas por la mitad de la suya...

Y para que usted sepa con quién está hablando, aquí tiene mi tarjeta... Campistrón echó una ojeada á la tarjeta que le ofrecía Tragomer y se inclinó con mucha deferencia. Estoy á las órdenes del señor vizconde... ¿Será, sin duda, para enseñar el retrato al notario de la testamentaría? Precisamente, señor Campistrón.

Todas las anteriores noticias sobre la Sra. de Figueredo y algunas otras que se omiten en obsequio de la brevedad, se las dio al inglesito mi amigo el Vizconde de Goivo-Formoso, cuyo conocimiento y amistad con Rafaela tenían ya fecha muy larga.

Mi caso es de los más honrosos y estoy seguro de que usted, a su vez, aprobará mi conducta. No tengo nada de matón y desde mis más tiernos años evité las cuestiones. Yo me inclino a la conciliación. EL VIZCONDE. Tiene usted razón, mi querido maestro; pero yo soy alegre por naturaleza y mis principios me apartan del duelo. EUSTAQUIO. Veo que no es usted deportista.

Pero se ha levantado el estado de sitio y el duelo no es ya contrario a las leyes del honor. EL VIZCONDE. No es que tenga miedo; pero yo había contado con un breve aplazamiento a fin de adiestrarme. EUSTAQUIO. Voy a enseñarle a ponerse en guardia. Si sigue usted bien mis consejos, no arriesgará gran cosa.

Palabra del Dia

rigoleto

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