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Actualizado: 16 de mayo de 2025


Silas dirigió a su amigo una mirada de vivo reproche, diciéndole: William, desde hace nueve años que vivimos juntos, ¿me habéis oído nunca decir una mentira? Pero Dios me justificará. Mi hermano le dijo William , ¿cómo hubiera podido saber lo que habéis hecho en las celdas secretas de nuestro corazón, para darle a Satanás ventajas sobre vos? Silas miraba a su amigo.

En cualquiera punto de este planeta en que vivimos, en la prolongación de los tiempos pasados, según lo que por la historia se sabe y también en los tiempos futuros, hasta donde nuestra previsión alcanza, todo ser humano tiene y tendrá no poco que sufrir, gran multitud de cosas en que ejercitar su paciencia, mil peligros que arrostrar empleando su valor, y no corto número de adversidades y disgustos para desplegar y lucir su santa resignación y su conformidad cristiana, compitiendo con Job y hasta venciéndole.

Estos cartuchos largos y cortos, gordos y flacos, son de monedas de oro todos ellos. No lo que componen en conjunto, porque nunca he querido cansarme en averiguarlo. Lo que es que las mermas de ello dependen de las necesidades que haya fuera de mi casa. A y a cuantos en ella vivimos, nos sobra con lo que nos da la tierra cada año, y eso que nos tratamos bien y a qué quieres, boca.

¡Qué bestia eres! ¡Qué idiota! exclamó con voz tan furiosa que un silencio de muerte reinó en seguida en las habitaciones próximas . ¿Lo crees, pues? ¿Lo creías hace mucho tiempo? ¿Es posible? Después de doce años que vivimos juntos... ¡Doce años! Y es mi mujer, la compañera de mi vida, a quien se lo doy todo... mis pensamientos, mi dinero... Luego volvió la espalda y empezó a llorar.

Estos ojos fueron los que me miraron con severidad que me turbó; esta boca fue la que con voz tan solemne como cascada, tomó la palabra y dijo: «¡Oh extravío de las imaginaciones juveniles! ¡Oh ruindad de sentimientos! ¡Oh corrupción del siglo! ¡Oh bajeza de ideas! ¡Oh pérdida del buen gusto! ¡Oh aniquilamiento de las clásicas reglas! ¿Hay más formidable máquina de disparates que la que usted escribió ni mayor balumba de despropósitos que la que esa señora y ese caballero han dicho? ¿En qué tiempos vivimos? ¿Qué república tenemos?

Y hacía chasquear entre los dientes la uña sonrosada y aguda de su pulgar. A usted se lo digo todo continuó. Después de su larga ausencia, en la que alguna vez me he acordado de usted, siento el deseo de que me conozca bien y para siempre. A ver si así vivimos tranquilos.

Somos unos millonarios del desierto que vivimos todavía en la primera semana de la creación de un mundo. Como quien dice unos millonarios... salvajes. Los tres rieron de este título y luego quedaron pensativos. Sus ojos dejaron de ver el hall donde se encontraban y la elegante concurrencia de las mesas inmediatas.

La veo con frecuencia, casi todos los días, desde que vivimos en la «Villa Sol». Viene a buscarme, sola o acompañada, para que demos un paseo por los bosques, y creo que la aburro, mientras que ella me intimida, lo que hace que apenas cambiemos palabras y menos aún pensamientos.

Debemos añadir que María, a pesar de vivir tan fuera del elemento común en que todos vivimos, mostraba casi siempre buen sentido y sabía apreciar sesudamente las cosas de la vida, como se ha visto en los consejos que daba a Celipín. La grandísima valía de su alma explica esto.

Por fin le presentaron en la casa; ella no le puso mala cara, y estuvieron en relaciones... cosa de seis meses. Pues no comprendo... Al cabo de aquellos seis meses llegó el verano. Mis señoritas tienen costumbre de salir de Madrid todos los veranos, y se encontraron con que aquel año no podían: verá V. por qué. La casa donde vivimos en Madrid es de doña Carmen; un caserón viejo, a la antigua.

Palabra del Dia

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