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Actualizado: 21 de julio de 2025
El desprecio y la abyección en que viven las mujeres sin marido le dan desde luego en el mundo una muestra de lo que tendrá que soportar en el otro. No puede considerar el celibato más que como la más terrible desgracia, la única que compromete al mismo tiempo el mundo y la eternidad.
Mis niñas que así las llamaba ya son un primor de bonitas: son natural e ingénitamente distinguidas. ¿Cómo es que no tienen amigas o parientes entre las personas que yo trato? ¿Cómo es que, habiendo en Madrid tanta gente de Sevilla, o que ha estado en Sevilla, mis niñas no conocen a nadie? En ninguna casa las he visto. ¿Por qué viven tan aisladas?
Acostumbrado a la actividad en que viven nuestros vecinos, me aseguró formalmente que pensaba permanecer aquí muy poco tiempo, sobre todo, si no encontraba pronto objeto seguro en que invertir su capital.
En las faldas occidentales de las montañas de Yancato, ó Sancato, hay muchas cesáreas pertenecientes á los españoles; que convidados tanto por la fertilidad del terreno, susceptibles de todas suertes de labranza, estando bien regado por los riachuelos que bajan de las montañas, como por la facilidad de criar ganado, no habiendo mas bosques que los necesarios para fuego y edificios, han fijado allí sus establecimientos con la seguridad de no ser molestados por los indios, quienes incomodan á los que viven mas hácia el mediodia.
De las que hoy viven, Juana de Villalva, Mariflores, Micaela de Luján, Ana Muñoz, Josefa Vaca, Jerónima de Burgos, Polonia Pérez, María de los Angeles, María de Morales, sin otras que por brevedad no pongo.» Bourgoing, Viaje á España, tomo II, pág. 56.
A 22 de Septiembre pasamos las montañas de Cuñayegua, que tienen en frente de sí en la otra banda las del Ito, donde viven los Sinemacas. Aquí fueron á predicar la santa ley de Cristo los PP. Justo Mansilla, Flamenco, y Pedro Romero, español, el cual fué muerto con el hermano Mateo Fernández por los indios Chiriguanás, porque les persuadía que por ser cristianos no podían tener más que una mujer.
El envilecimiento de la limosna y la esperanza de justicia ultraterrena habían conservado a los infelices en su miseria por miles de años. Los que viven a la sombra de la injusticia, por mucho que adorasen al Crucificado, no le agradecerían bastante sus oficios de guardián durante diecinueve siglos. Pero los infelices sacudían ya su atonía: el dios era un cadáver. No más resignación.
Entre Levante y Septentrión, detrás de los Zabicas, habitan, bien que distantes muchas leguas, los Parabacas, Quiziacas, Naquicas y los Mapasinas, gente valerosa, pero destruída en buena parte de cierto género de pájaros llamados peresiucas que viven debajo de tierra, y aunque del tamaño ordinario de un pájaro, son de tan extraña fuerza y fiereza que en viendo algún indio dan sobre él y le matan.
¡Si no las digo!... Las mejores enseñanzas que yo he recogido no las recibí frecuentando a esas personas de que hablamos hace un momento y que sólo tramitan chismografía social, sino de buenas gentes que ignoran todo eso, pero que viven la vida intensamente.
Y en efecto, con la violencia que caracterizaba todas sus acciones, al pasar por delante de la casa entró en el portal y se dirigió a la garita de los porteros. ¿Tiene usted la amabilidad de decirme quién habita el cuarto tercero de esta casa? Son dos señoritos muy jóvenes, hermano y hermana. Sólo viven aquí desde hace cuatro meses. Han quedado huérfanos, al parecer, hace poco tiempo....
Palabra del Dia
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