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Actualizado: 18 de junio de 2025
Escribí para un ciego, que la sacó en su nombre, las famosas que empiezan: Madre del Verbo humanal, Hija del Padre Divino, Dame gracia virginal, etc.
Nacido en una aldea donde la hermosa y virginal Naturaleza le decía continuamente: «Admira,» sin escuchar más voz que la del cura que de continuo repetía: «Cree;» con el sano ejemplo de la honrada vida de su padre, y sin haber sufrido las desgracias que pervierten al hombre, Lázaro iba allegando fuerzas y atesorando virtudes para verterlas luego como un maná divino sobre el rebaño de fieles que Dios le deparase.
Ese pudor no era, quizá, sino pudor virginal pudo muy bien pasar por tal, aunque su esplendor haya hecho nacer una llama más impetuosa todavía en el seno de aquel que, ¡pobre de él! te vio en tu día nupcial, cuando tu frente se cubría de ese rubor invencible, a pesar de que estuvieras rodeada de dicha y que el mundo no fuera sino amor ante ti!
No dejaba yo de acudir a la misma fuente que ella en demanda de los mismos alientos; pero ahondaban mucho más las raíces de la vida en, mi naturaleza curtida de las intemperies del mundo, que en el organismo tierno y virginal de aquella criatura, y por eso no resultaban iguales en los dos los frutos de un mismo esfuerzo moral. De pronto se produjo un fenómeno en la agonía del enfermo.
El perfume de sus pañuelos la embriagaba, deslumbrábale el brillo de sus joyas, y las palabras lisonjeras, insinuantes, con que la envolvía sin cesar arrullaban dulcemente su corazón virginal. Según trascurría el tiempo iba perdiendo paulatinamente aquel humor chancero. Se había hecho más grave, más reservada y tímida. Creció asimismo su susceptibilidad hasta lo indecible.
Ganada por su parte y sin darse cuenta de ello por la llama penetrante de aquel amor que se estaba incubando hacía mucho tiempo en el fondo de su ser, la tranquila, la prudente y severa Julieta, aturdida y fascinada por una especie de vértigo, se abandonaba inconscientemente a la ola de sensaciones nuevas, tumultuosas y confusas que turbaban vagamente su alma virginal.
El antiguo calavera sintió despertarse sus instintos de libertinaje con el perfume que exhalaba aquella mujer, perfume indefinible de carne fresca y virginal que él creía aspirar, como buen conocedor, más con la imaginación que con el olfato.
En efecto, la florista se estaba abriendo paso por la fila posterior de butacas para entregar un ramo de flores a cada una. Escudero rebosaba de contento y su digna esposa igualmente. Pero Araceli se mostraba en absoluto indiferente al triunfo de su primo. Su corazón virginal no latía ya sino con los recuerdos feudales, y Gonzalito Ruiz Díaz era el encargado de refrescárselos.
Al decir estas últimas palabras, la niña se ruborizó hasta las orejas. Pues tengo noticia de que es usted aficionada a darlos. ¡Oh, no! Eso dice mi amigo Ramón. El rostro de Esperancita se oscureció al oir este nombre. Una arruguita severa cruzó su frente virginal. No sé por qué lo dice. ¿No le remuerde a usted nada la conciencia? Ni pizca. ¡Oh, qué corazón tan emperdenido! ¿Por qué?
Era tal la convicción de su influencia sobre esta alma virginal, que de este modo á él se confiaba, que el ministro sabía muy bien que le era dado marchitar todo este jardín de inocencia con una sola mirada perversa, ó hacerle florecer en virtudes con una sola buena palabra.
Palabra del Dia
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