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Actualizado: 20 de junio de 2025


Comía lo mejor; mantenía las tradiciones de la disciplina culinaria; vigilaba el servicio del comedor desde lejos, pues no era un cocinero vulgar, egida sólo de pucheros y peroles, sino un capitán general metido en el fuego y atento a la mesa. No era viejo.

¡Mire usted cómo trabajo! gritaba Pomerantzev a la enfermera, una muchacha bajita, envuelta en una capa de pieles. Estaba sentada en un banco, dando pataditas en el suelo para calentarse los pies, y vigilaba a los enfermos. La naricita se le había puesto encarnada a causa del frío.

Misia Gregoria, instalada en la cabecera, le vigilaba, no fuera a lo mejor a escribir unos rengloncitos a su espalda o recibir algún billete sospechoso; porque eso de que estuviera enfermo, era una mentira como una casa.

Muy niña aún, permanecía al lado del fogón con su libro de lecciones o vigilaba la lejía al mismo tiempo que hacía sus redacciones. Desde que fue mujer, agregó todos los deberes que le imponía mi instrucción a las preocupaciones sin número que da una gran casa a la que la dirige.

En la época de la navegación miserable, cuando el capitán hacía esfuerzos por conseguir nuevos ahorros, Caragòl vigilaba especialmente la gran alcuza de su cocina. Sospechaba que los marmitones y los marineros jóvenes se atusaban el pelo para hacer el majo empleando el aceite como pomada.

Por ello, sin duda, apenas si llamaba su atención esta apuesta que tan alborotada traía á la vega entera. Su mostrador era una atalaya desde la cual, como experto conocedor, vigilaba la borrachera de sus parroquianos.

Para llegar hasta Herminia sin permiso y sin entrar por la puerta grande, había que escalar el muro, franquear el foso y atravesar el parque, y el guarda, prevenido, rondaría constantemente. El arrendador de la hacienda le había prestado un perro que vigilaba de día y era feroz de noche. Por último, Clementina llamaría á Bobart en su ayuda.

Vigilaba sus comidas, asustándose mucho si no mostraba apetito; al verle estudiando, recorría las ventanas para que no entrase aire, se enteraba de la temperatura exterior antes de dejarle salir, para determinar si debía ponerse bufanda, ó el carric gordo, ó las botas de agua; cuando dormía, andaba de puntillas; le llevaba á paseo los domingos, ó al teatro; y si el angelito hubiese mostrado afición á juguetes extraños y costosos, Torquemada, vencida su sordidez, se los hubiera comprado.

Comenzó a llegar la luz del alba. Debajo de la toldilla hacía un calor horrible; al amanecer, la abrimos para ventilarla un poco. No nos vigilaba nadie. Como no se sentía ningún movimiento en la cubierta, salimos Arraitz y yo para darnos cuenta de lo que pasaba.

Seguía de cerca las intrigas viejas y nuevas que dividen a Europa, vigilaba los progresos del leopardo británico, discutía la cuestión de Oriente, se inquietaba de la influencia de los jesuitas y era presidente de la logia masónica de Corfú. Un excelente hombre que derrochaba más actividad que un marino del antiguo régimen para navegar alrededor de un vaso de agua.

Palabra del Dia

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