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Actualizado: 20 de junio de 2025
Una vigilaba el braserillo en el que hervía el agua, otra ofrecía el mate de plata cincelada con boquilla de oro, otra guardaba sobre sus rodillas la guitarra señoril de ricas incrustaciones. Trotaban jinetes calle arriba, calle abajo, con la vaga esperanza de ver los ojos de brasa de la peruana al alzarse levemente la cortina de alguna reja.
Cada teja de su techo y cada terrón de sus campos estaba empeñado; sobre cada espiga que maduraba estaban fijos los ojos desconfiados de su madre, que vigilaba severamente para que los réditos no se atrasaran un minuto. ¿Acaso no estaba en su derecho? ¿Podía él exigir que lo quisiera con mayor cariño que a sus otros hijos?
A veces, en una zona de gloria triunfaba el sol; en otras ocasiones, pálido y apenas visible, flotaba entre la niebla presagiando desdichas; y al tender su negro manto la noche, cuando aparecía bruscamente su luz roja y lanzaba sus miradas de fuego, parecía un inspector celoso que vigilaba las aguas, penetrado é inquieto de su responsabilidad.
Me irrito ante los absurdos de la monarquía y de la religión, no sólo en mi país, sino en todo el mundo.... Y sin embargo, he sentido lástima, profunda conmiseración ante un ser de sangre real. ¿Querrá usted creerlo...? Le vi de cerca, en una de mis correrías por Europa. No sé cómo la policía que vigilaba su carruaje no me repelió lejos de allí, creyendo en un posible atentado.
Además, por encargo suyo, vigilaba el joven la impresión y corregía las pruebas. ¡El senador tenía tantas ocupaciones!... Cada vez que Isidro le presentaba un pliego impreso, don Gaspar examinábalo minuciosamente, dando bufidos de satisfacción ante las páginas que presentaban gran cimiento de notas. Las que aparecían con el texto solo, provocaban en él un mohín de disgusto.
El aperador rondó por cerca de la puerta sin ver a María de la Luz. Bien entrada la mañana, el señor Fermín, que vigilaba la carretera desde lo alto de la viña, vio al final de la cinta blanca que cortaba el llano una gran nube de polvo, marcándose en su seno las manchas negras de varios carruajes. ¡Ya están ahí, muchachos! gritó a los viñadores. El amo llega.
Pero sacudía la cabeza pensando en Julî, en el estenso porvenir que tenía delante: contaba con vivir sin manchar su conciencia. Seguía el tratamiento prescrito y vigilaba. Con todo, el enfermo iba cada día, con ligeras intermitencias, peor.
Palabra del Dia
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