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Actualizado: 8 de julio de 2025
Me echó un sermon sobre la eleccion de esposa... Le contesté que en Manila no había otra como ella, hermosa, bien educada, huérfana... Riquísima, elegante, graciosa, sin más defectos que una tía ridícula, añadió Basilio riendo. Isagani se rió á su vez. A propósito de la tía, ¿sabes que me ha encargado busque á su marido? ¿Doña Victorina? ¿Y tú se lo habrás prometido para que te conserve la novia?
Riéronse ambos, el casamiento de Pelaez con doña Victorina les puso locos de contento y lo vieron ya como realizado; pero Isagani se acordó de que don Tiburcio vivía y confió á su amada el secreto, despues de hacerla prometer que no lo diría á nadie. Paulita prometió pero con la reserva mental de contárselo á su amiga.
Desgraciadamente, doña Victorina estaba allí, doña Victorina que cogía para sí al joven para pedirle noticias de don Tiburcio. Isagani se había encargado de descubrir su escondite valiéndose de los estudiantes que conocía. Ninguno me ha sabido dar razon hasta ahora, respondía y decía la verdad, porque don Tiburcio estaba escondido precisamente en casa del mismo tío del joven, el P. Florentino.
¡Miren la impertinente! decía la mayor de ellas; ¡los aretes de su madre son de plata y los de mi padre de oro! Maese Alfredo L'Ambert, después de haber andado mariposeando mucho tiempo de la morena a la rubia, había acabado por prendarse de una linda trigueña de ojos azules. La señorita Victorina Tompam era honesta, como se es generalmente en la Opera, hasta que se deja de serlo.
¡A casa, niña, que vas á coger un resfriado! chilló en aquel momento doña Victorina. La voz les trajo á la realidad. Era la hora de volver, y por amabilidad invitaron á Isagani á subir en el coche, invitacion que el joven no se hizo repetir. Como el coche era de Paulita, naturalmente ocuparon el testero doña Victorina y la amiga, y en el banquito los dos enamorados.
El marqués de Villemaurin, anciano refinado y persona competentísima en materias de honor, dijo que el duelo es un acto noble en el que todo, desde el principio hasta el fin de la partida, debe ser extremadamente correcto. Ahora bien, un puñetazo en la nariz por una señorita Victorina Tompain constituía el más ridículo comienzo que se puede imaginar.
Con mis doscientos mil francos de renta, me quedaré para el resto de mi vida tan chato como una calavera; en tanto que mi portero, que no tiene jamás en el bolsillo diez escudos, lucirá la nariz de un Apolo de Beldevere. ¡La Suprema Sabiduría, que tantas cosas ha previsto, no acertó a prever que un turco me cortaría la cabeza por saludar a la señorita Victorina Tompain!
La joven estaba resplandeciente de hermosura: todos se paraban, los cuellos se torcían, se suspendían las conversaciones, la seguían los ojos y doña Victorina recibía respetuosos saludos. Paulita Gomez lucía riquísima camisa y pañuelo de piña bordados, diferentes de los que se había puesto aquella mañana para ir á Sto. Domingo.
A propósito, Capitan, dijo Ben Zayb volviéndose; ¿sabe usted en qué parte del lago fué muerto un tal Guevara, Navarra, ó Ibarra? Todos miraron al Capitan menos Simoun que volvió la cabeza á otra parte como para buscar algo en la orilla. ¡Ay sí! dijo doña Victorina, ¿dónde, Capitan? ¿habrá dejado huellas en el agua?
El capitan había contraido esta pequeña costumbre como para decir á sus palabras que salgan: ¡despacio, muy despacio! ¡Media máquina, vaya, media máquina! protesta desdeñosamente doña Victorina; ¿por qué no entera? Porque navegaríamos sobre esos arrozales, señora, contesta imperturbable el capitan sacando los labios para señalar las sementeras y haciendo dos guiños acompasados.
Palabra del Dia
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