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Actualizado: 19 de junio de 2025
Pero, como si la ciudad se avergonzara de que el extranjero la vea celebrar sus solemnidades a la moda de aldea, aquellos populares festejos se han desterrado a los barrios extremos, y ha quedado la gran plaza solitaria y fría, en medio de los resplandores de sus luces de gas. Después... los desengaños, la miseria, la vejez. ¿Qué mucho que le pareciera ahora, todo negro y todo triste?
Como si la oyera, apareció una última vez Bob y le dijo: ¿De qué te quejas, Cristela?... Ningún mortal puede ser del todo feliz, y tú has pagado, con la desgracia de tu juventud, la felicidad de tu vejez. Debes estar contenta.
En las jóvenes la pintura es, en el fondo, una coquetería, y queda muy mal el coqueteo a cierta altura de la vida. El rasgo esencial de la vejez es un tranquilo desengaño, y causa risa ver una mujer engañándose a sí misma de que aun no está desengañada. El afeite en las viejas viene a ser algo así como una chochera pictórica.
Muere en fin aquel primero Phenix, y el quemado aroma Cria una blanca paloma, Que sale de su ceniza, Con que su ser eterniza, Y vuelve de su vejez, A salir moza otra vez..." Lope, El Peregrino en su Patria, Libro III. Obras sueltas, edición de don Antonio Sancha. Madrid, M. DCC. LXXVI. Tomo V, págs. 233-35. 'trestaurar'. Parte XIII. Véase nota 15.
Y tómase por la distincion y mudança, que se hace en la Comedia de cosas sucedidas en diferentes tiempos y dias, como si queriendo representar la vida de un Santo hiciesemos de la niñez una jornada, de la edad perfecta otra, y otra de la Vejez.
De vez en cuando iba a verle para que no se apagase aquel fuego con que ella contaba para calentarse en la vejez. Miraba el molino como una caja de ahorros donde ella iba depositando sus economías de amor.
Su entrada fue magnífica, y un murmullo de respetuosa simpatía acogió a la ilustre pareja, que apareció en la puerta, apoyada en la juventud la vejez, como una esperanza evocando un recuerdo, como una alegoría de la experiencia conduciendo de la mano al valor, a depositar una espada sin mancilla en las gradas del trono.
Sin confesárselo, sentía a veces desmayos de la voluntad y de la fe en sí mismo que le daban escalofríos; pensaba en tales momentos que acaso él no sería jamás nada de aquello a que había aspirado, que tal vez el límite de su carrera sería el estado actual o un mal obispado en la vejez, todo un sarcasmo.
Me espanta descender con precipitación del único pedestal que me sostiene. ¿Qué será de mí cuando sea yo vieja y fea? ¿Qué me quedará de respetable y de digno y de simpático cuando vengan la vejez y las enfermedades y poco a poco me vayan destruyendo y matando?
Debo agregar que su aspecto no dejaba en el ánimo del que le contemplaba ninguna impresión penosa, pues nada acusaba en él la decadencia intelectual propia de la vejez. Su armazón corpórea, de suyo fuerte y maciza, no se estaba todavía desmoronando.
Palabra del Dia
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