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Actualizado: 19 de julio de 2025


En cuanto a llevarlo a Italia, ni soñarlo. París era el único lugar donde había conocido la vida y su corazón estaba encadenado al asfaltado de las calles. La pobre mujer se sentía atraída por dos deberes contrarios. Hubiera querido dividirse en dos para endulzar los últimos momentos de su hija y para conducir la vejez alocada de su incorregible marido.

Una gran parte de ellos andaba años hacía por el otro mundo; rodaba por éste, y no muy lejos, la mayor de los vivos, y a la vista tenía yo lo único que le quedaba en Tablanca: poco, pero bueno, eso , para recreo de su vejez. Había qué comer en su casa, y salud y buen apetito para comerlo. En recta justicia, ¿qué más había de pedirle a Dios, si no era la merced de una buena muerte?

La modesta iglesia de paredes blanqueadas y llenas de una lepra de vejez mal disimulada por unos cuantos cuadros de colores violentos que hacían pensar en el verso de Coppée: Si fuese así, con todo, el Paraíso...

Era hombre á propósito para hallarse al frente de una comunidad que debe su origen y progreso, y su actual desarrollo, no á los impulsos de la juventud, sino á la severa y templada energía de la edad viril y á la sombría sagacidad de la vejez; habiendo realizado tanto, precisamente porque imaginó y esperó tan poco.

Cuando la vejez enfriaba su corteza, la vida animal asomaba como una consecuencia del medio favorable, ajustándose a las condiciones de éste, comenzando con formas tímidas y microscópicas de existencia, con el musgo que apenas cubre las rocas, con el animal que apenas presenta los vestigios de un organismo rudimentario.

Piense usted, don Marcos, que la juventud tiene sus derechos. Y la vejez sus deberes contestó el coronel con bondad, resignándose ante el porvenir. Ahora, de pie ante el príncipe, balbucea con timidez y confusión porque va á abandonarlo. Me espera Madó: la pobrecita sale muy poco. Le gusta que la lleve por las tardes al concierto en las terrazas. Son las cinco.

La pequeña ciudad de Zug inspira muy pocas simpatías al viajero que se acerca á su puerto al traves del lago. Es un poblachon de poco mas de 3,300 habitantes, sin gracia ninguna y con un aire de vejez vulgar, de indolencia y tristeza, que no coincide en nada con lo que se espera de la capital de una república democrática.

La gran señora ha perdido el arrebol de su fresca vejez; amarillea, se lleva á los ojos las puntas de un guante. Tal vez es ella la que ha llamado al hombre, al conocer su historia por el relato de su acompañante; tal vez el viejo se ha introducido en su camarote, con el atrevimiento del dolor. Vuelvo á oír desde mi asiento el rumor de sus voces.

Las religiones fueron para él invenciones humanas, sometidas a las condiciones de existencia de todo organismo, con su infancia generosa, capaz de ciegos sacrificios, su virilidad absorbente y dominadora, en la que las antiguas dulzuras se convierten en imposiciones autoritarias del poder, y su vejez irremediable, con una lenta agonía que hace que el enfermo, adivinando su próximo fin, se agarre a la vida con el ansia de la desesperación.

Libre nuestra atención del poderoso atractivo de la Casa de las Conchas y de la Iglesia y Colegio de los Jesuítas, volvió á fijarse en el carácter poético y artístico de aquel histórico barrio. Pero lo que ya nos asombraba en él no era tanto su aire de vejez y de romántica melancolía, como la grandeza monumental que siguió desplegando á nuestros ojos.

Palabra del Dia

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