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Actualizado: 2 de julio de 2025
Alineábanse los vehículos, y las bestias recibían inmóviles la lluvia, que goteaba por sus orejas, su cola y los extremos de los arneses. Los conductores refugiábanse en una tabernilla cercana, la única puerta abierta en todo el barrio de los Cuatro Caminos, y aspiraban en su enrarecido ambiente las respiraciones de los parroquianos de la noche anterior.
La verja quedó abierta, y ya no volvió á cerrarse nunca. Terminaba el derecho de propiedad. Se detuvo ante la entrada un automóvil enorme cubierto de polvo y lleno de hombres. Detrás sonaron las bocinas de otros vehículos, que se avisaban al detenerse con seco tirón de frenos.
Circulaban con loca velocidad tranvías, automóviles y fiacres. Nunca se había visto en las calles de París tantos vehículos. Y sin embargo, los que necesitaban uno llamaban en vano á los conductores. Nadie quería servir á los civiles. Todos los medios de transporte eran para los militares; todas las carreras terminaban en las estaciones de ferrocarril.
Todo el mundo estuvo conforme, se vociferó, se acusó de débil al gobierno, de carencia de disciplina a los soldados, de falta de pericia a los jefes... y por la tarde todo Madrid se fue a los toros. Se lidian ocho del Duque en corrida de beneficencia. Hora y media antes de la fiesta comienza a romperse la línea de vehículos tendida entre la Puerta del Sol y las Calatravas.
Al juntarse y lanzar una mirada hacia el inmediato puesto de coches, cuatro vehículos avanzaron á la vez, como una fila de carros romanos ansiosos de obtener el premio del circo, con estrepitoso pataleo de bestias, crujidos de tralla y gesticulaciones rabiosas de los cocheros, que se amenazaban apelando á la Madona. Iban á matarse entre ellos.
Dificultosamente, a causa de los muchos vehículos que embarazaban la calle, avanzó el carruaje; a cada dos pasos había que detenerse, volver atrás, haciendo pesadas estaciones de vía-crucis, y a veces rodear la manzana y tomar una calle opuesta, para sufrir nueva detención en la primera esquina, ya por un carromato que no se movía, o un tranvía y un coche que habían chocado.
Gillespie encontró interesante el hormiguero que rebullía y centelleaba bajo sus pies. Un resplandor de aurora ligeramente sonrosado iluminaba las calles, sin que él pudiese descubrir los focos de donde procedía. Tal vez emanaba de misteriosos aparatos ocultos en los aleros de los edificios. Pero lo que más admiró fué el continuo tránsito de los vehículos automóviles.
Atravesó el automóvil varias líneas de ferrocarril tendidas a lo largo del río. Pasaba entre largas filas de carros enormemente cargados, que hacían temblar el suelo. De los depósitos surgían los más diversos olores, revelando el movimiento y la vida de un gran puerto. Luego, los vehículos mercantiles fueron más escasos, y aumentó el número de automóviles y tranvías.
Pero si no sabemos gobernarnos nosotros mismos, ¿cómo hemos de gobernar al país? replicaba el inglés descargando golpes con la regla sobre el pupitre; lo que yo siento, es que aquí vamos a pagar justos por pecadores. En la calle el rumor de vehículos y transeuntes ensordecía; los muchachos pregonaban a grito herido los periódicos de la tarde.
A partir de esta noche, Lionel Gould le salió al encuentro en todas las ciudades de Italia que fué visitando y en las de otras naciones de Europa. De día, si se inmovilizaba su automóvil por una aglomeración de vehículos en una calle, era siempre frente á un cinematógrafo, y en la puerta figuraba «El rey de las praderas» á caballo, con su gran sombrero, sus revólveres y su pañuelo rojo.
Palabra del Dia
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