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Actualizado: 27 de junio de 2025


Escuchaba con suprema indiferencia, guiñando los ojos á menudo, la historia circunstanciada de un catarro pulmonar que hacía ya media hora le estaba relatando don Ignacio Valcárcel. D. Lino Pereda conversaba en un rincón con el promotor, haciéndole saber que su hijo había recibido el mismo día por el correo un paquete de pruebas de imprenta que le enviaban de Madrid.

La Gorgheggi, si hubiera sido más observadora, hubiera podido aprender en aquella confesión de su adorador lo que eran los Valcárcel y adónde conducían los matrimonios desiguales.

Cuanto más pobres se iban quedando, más vanidad solariega tenían y más despreciaban la vida en poblado y en tierra llana. En la ribera, como llamaban allá arriba a las regiones bajas, sólo una cosa respetable reconocían los Valcárcel del monte: el tapete verde. Se iba a las ferias a jugar, a perder, a empeñarse... y a casa.

Pues se parece dijo Sebastián , al héroe de las Alpujarras... a su tocayo don Antonio Diego Valcárcel y Merás, fundador de la noble casa de los Valcárcel. Y que no lo digas en broma. Que traigan el retrato y se verá. Y no hubo más remedio. Entre dos criados y Sebastián descolgaron al ilustre abuelo restaurado, y se le cotejó con el hijo de Bonis, que la madre sacó del calor de su lecho.

Y con esto, aquella noche el alférez, con un su amigo, y don Baltasar con otro, a un lugar apartado se fueron, y allí don Baltasar, con más fortuna, o más valor, o más destreza que Valcárcel, matole, dándole a los primeros embites de la pelea una estocada tal, que el corazón partiole; y el mísero a quien su mala lengua, o más bien la desgracia de encontrarse en el mismo empeño que don Baltasar, había matado, no pudo ni aun decir ¡Dios me valga!

En cuanto a pagar todos estos gastos, ya se sabía: el mermado caudal de la abogada Valcárcel corría con todos los desembolsos, o con casi todos; pues, por disimular, también en este negocio se ofrecieron acciones a unos cuantos amigos y parientes.

Bonis vio que se seguía hablando de los Valcárcel, de si el niño se parecería a su abuelo, si sería abogado, si sería jugador, como tantos otros de su familia; se amontonaban los recuerdos del linaje, buenos y malos. Nadie se acordaba de los Reyes pretéritos para nada. Antonio seguía llorando, y a Bonifacio le faltaba poco. «¡Su padre! ¡Su madre! ¡Si vivieran! ¡Si estuvieran allí!».

La empresa había perdido bastante, y sobre la empresa, es decir, sobre el caudal mermadísimo del abogado Valcárcel, continuaban cargando, más o menos directamente, las principales partes, a saber: Mochi, Serafina y Minghetti. Se presentó la ocasión de ganar la vida con el trabajo, y hubo que aprovecharla, por más que doliera a unos y a otros la despedida. Quien no transigió fue Emma.

La hija de Valcárcel se robaba a misma por mano de Eufemia que, de tapadillo, traía de tiendas y plazas los mejores bocados y las chucherías más caras de la moda en materia de ropa interior, perfumes y manjares.

Vamos a ver dijo, tentándole el pulpejo de la oreja izquierda a Bonifacio ; ahora que ya tiene usted esos cuartos, sin más garantía que un simple recibo... ahora que no puede usted sospechar que hable por negarle este insignificante favorcillo, ¿me permite usted que, sin ánimo de ofenderle, me atreva a hacerme cruces, un millón de cruces, viendo al jefe de la casa Valcárcel venir a pedirme prestados seis mil reales?...

Palabra del Dia

lanterna

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