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Actualizado: 26 de junio de 2025
Una viga, derivando con una gran creciente, lleva un impulso suficientemente grande para que tres hombres titubeen antes de atreverse con ella. Pero Candiyú unía a su gran aliento, treinta años de piraterías en río bajo o alto, deseando además ser dueño de un gramófono. La noche, negra, le deparó incidentes a su plena satisfacción.
A pesar de la estrecha amistad que unía a los Hernández de Sandoval con mi familia, desde largos años, no había yo tenido ocasión de visitar ninguna de sus haciendas, aunque ellos sí habían pasado largas temporadas en la nuestra, situada en el centro del país; de manera que, en cuanto se ofreció la oportunidad de acompañar al hijo de la casa, Antonio, pudiendo desprenderme de mis no múltiples, pero sí imprescindibles quehaceres, la aproveché gustoso para ir en tan grata compañía a recorrer la finca principal de su casa, célebre por su riqueza y encantos naturales.
En el lado de poniente, por donde esta cámara se unia con la del Cadí de la Aljama, que acababa de derribarse, no sabemos qué decoracion tenia.
Resistiéndose todavía Neluco a ampliar los escasos informes que me había dado por el camino sobre la persona a quien íbamos a visitar, anduvimos por lo llano un corto trecho, y llegamos, no a la torre, sino a la trasera de un cuerpo del edificio que se unía a ella por el muro de una portalada.
París y Amiens se encuentran bajo el mismo meridiano con corta diferencia, y su latitud difiere en un grado próximamente. Desde 1550, un médico francés, llamado Fernel, colocó un contador en una de las ruedas de su carruaje y se puso en camino yendo de Amiens á París. Así midió, casi por completo en la dirección del meridiano, la longitud del camino que unía á dichas ciudades.
Pero el lazo que le unía a su esposa, continuaba firme, inalterable. El vivo sentimiento de adoración y de deseo que le había hecho cometer la primera vileza de su vida, no se apagaba. Por mucho que se alejase, por excéntrica que fuese la órbita de su vida, Ventura le retenía con los rayos de su belleza, seguía fascinando como antes sus sentidos. Lo adivinaba muy bien Cecilia.
Alarma inútil: era un grumete que descendía por una escalera cercana. Volvamos al rincón de los besos dijo él con impaciencia. El «rincón de los besos» era la parte de proa que unía con su curva las dos calles de la cubierta. Y al volver de nuevo a este refugio, fue ella la que sin esperar los avances de Fernando descansó la cabeza en su hombro, elevando la cara en busca de su boca.
No sabía en donde estaba Magdalena. De cuando en cuando me parecía oír su voz en los corredores o verla pasar de un patio a otro, vagando también ella, sin más objeto que moverse. Había en la base de una de las torrecillas a la manera de una covacha medio obstruida que en otros tiempos servía de puerta de escape. El puente que la unía a los paseos del parque estaba destruido.
Lo que más íntimamente unía a las tres personas era el afecto por Rafael, aquel pequeño que había de ilustrar el apellido de Brull, realizando las ilusiones del abuelo y el padre. Era un muchacho tranquilo y melancólico, cuya dulzura parecía molestar a la rígida doña Bernarda. Siempre pegado a sus faldas. Al levantar los ojos, encontraba fija en ella la mirada del pequeño.
También había soñado con esta felicidad en la noche anterior... Para él, la posesión era un compromiso sagrado, que le unía por siempre a una mujer, añadiendo la ternura de la gratitud al desinterés del amor. ¡El día que ella, de buena voluntad, se decidiese a hacerle feliz con algo más que sus besos...!
Palabra del Dia
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