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Actualizado: 2 de mayo de 2025
¡Vete de ahí le gritó ; vete, maldito, que nos apestas! Anda, pellejo, despabílate. Chinto la consideraba atónito, con los brazos colgantes, abriendo cuanto podía los ojos, cual si por ellos oyese. Que te largues; ¡repelo contigo!, que no se aguanta ese olor: confundes a la gente. ¿A qué apestas, demontre? preguntó la tullida . Serán esos puros del estanquillo.
Lo que no se encontraba en la casa, Chinto salía disparado a pedirlo fuera, prestado en la de un vecino, o fiado en las tiendas. Generalmente, al recoger una cosa, la comadrona exigía ya otra. Un gotito de anís.... ¿Anís? ¿Para qué? preguntaba la tullida. Para mí, porreta, que soy de Dios y tengo cuerpo y también se me abre como si me lo cortasen con un cuchillo....
Aquel animal trabajaba entre tanto a más y mejor. Si faltase él, ¿quién había de encargarse de toda la labor casera? Muy cascado iba estando el señor Rosendo, y la tullida a cada paso se hallaba mejor en su cama, y se extendía entre sábanas más voluptuosamente al ver el ademán de fatiga con que soltaba su marido el cilindro por las noches.
-Bien sé firmar mi nombre -respondió Sancho-, que cuando fui prioste en mi lugar, aprendí a hacer unas letras como de marca de fardo, que decían que decía mi nombre; cuanto más, que fingiré que tengo tullida la mano derecha, y haré que firme otro por mí; que para todo hay remedio, si no es para la muerte; y, teniendo yo el mando y el palo, haré lo que quisiere; cuanto más, que el que tiene el padre alcalde... Y, siendo yo gobernador, que es más que ser alcalde, ¡llegaos, que la dejan ver!
El mozo la oyó con rostro entre abatido y atónito; y así que se convenció de que se le condenaba al ostracismo, salió de la estancia a paso redoblado. La tullida se inclinó hacia su hija cuanto pudo para decirle: Mira que le debemos cuartos. Se los restregaré por la cara respondió Amparo con magnífico desdén.
Y se lanzó a la calle con la impetuosidad y brío de un cohete bien disparado. Padre y madre Tres años antes, la imposibilitada estaba sana y robusta y ganaba su vida en la Fábrica de Tabacos. Una noche de invierno fue a jabonar ropa blanca al lavadero público, sudó, volvió desabrigada y despertó tullida de las caderas. Un aire, señor decía ella al médico.
No, es bien cierto que no. ¿Y con qué derecho exigirias tú que un hombre accediera á las súplicas de tu madre tullida, porque tu madre puede tullirse, cuando tú creyeras que yo he hecho bien no accediendo á las súplicas de aquella inválida, aquella inválida que tambien puede tener hijos, como tu madre te tuvo á tí; aquella inválida de la cual tú pudiste ser hija? Mi mujer contestó: Es verdad.
El doctor Sarmiento dice que no tiene remedio; pero que la cosa va larga; vivirá así, tullida, más o menos, pero que eso de sanar, sólo por milagro.... Pero mira, mira, tengo mucha fe en la Santísima Virgen. Entra, Rorró, entra. La pobre Carmen se va a poner tan contenta.
Lamentose la tullida, recordó que el jornal de Chinto las ayudaba a vivir; todo se estrelló contra la firmeza de la Tribuna. Y cuando volvió de fuera Chinto a soltar el tubo vacío y a entregar, cabizbajo y humilde como un borrego, sus ganancias del día, Amparo le intimó la orden de no dormir ya aquella noche en casa.
Llevar los calzones rotos y predicar al vecino para que le cosan las roturas de los suyos antes que vayan a más, es de todos los días. Tiene la mujer tullida, y la deja desamparada muy a menudo por asistir a un enfermo extraño... y por cierto que es un enfermero admirable.
Palabra del Dia
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