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Pues parece que jura. Ya no hay vergüenza en España... Pero no veo al obispo de Orense. El obispo de Orense no jura murmuraron las tribunas en rumoroso coro. Y en efecto, el obispo de Orense no juró. Hiciéronlo humildemente los otros cuatro, con mala gana sin duda. La opinión pública en general estaba muy pronunciada contra ellos.

Hermoso fue tu primer día, ¡oh, siglo! Procura que sea lo mismo el último. Ya avanzada la noche, corrió un rumor por las tribunas. Los regentes iban a jurar, obligados a ello por las Cortes. Era aquello el primer golpe de orgullo de la recién nacida soberanía, anhelosa de que se le hincaran delante los que se conceptuaban reflejo del mismo Rey.

En las otras tribunas, poco antes repletas de curiosos para contemplar el pugilato de primera hora, sólo quedaban los forasteros, mirando abajo con expresión de asombro, deslumbrados por los fantásticos trajes de los maceros y con el propósito firme de no moverse hasta que los despidieran.

Pero ¿quién es ese hombre alto, moreno y de aspecto temeroso, que está hablando ahora? Le aseguro a usted que ese modo de charlar me gusta. Es el Sr. García Herreros, diputado por Soria. La atención del Congreso estaba fija en el orador, uno de los más severos y elocuentes de aquella primera fecunda hornada. Profundo silencio reinaba en el salón lo mismo que en las tribunas.

Baudry-d'Asson, un nulo de la derecha, cuyo faldón izquierdo está en manos del obispo de Angers, lanza improperios a cada instante, a pesar de los reiterados tirones de su mentor; a despecho del orador, se traban diálogos particulares insoportables; los ministros, en los bancos centrales, conversan con animación, mientras son vehemente y personalmente interpelados en la tribuna, y sobre toda aquella vocería, movimiento, exasperaciones, risas, gritos y denuestos, las tribunas silenciosas, graves, inmóviles en su perfecto decoro.

La suposición de que las mujeres pudieran alguna vez llevar faldas resultaba tan extravagante é inaudita, que todo el respetable Senado empezó á reir, y, animados por su hilaridad, los ocupantes de las tribunas lanzaron igualmente grandes carcajadas.

Veuillez écouter, MessieursLuego, toma el anteojo de teatro, recorre las tribunas pobladas de señoras, hace sus saludos con la mano, recibe veinte cartas, habla con cuarenta diputados que suben a su asiento para apretarle la mano; y mientras lee, mira, habla, escribe o bosteza, agita sin reposo la incansable regla contra la mesa, y repite, de rato en rato, como para satisfacción de conciencia, su eterno «Veuillez écouter, Messieurs!», que los ujieres, como un eco, propagan por los cuatro ámbitos del semicírculo.

Pensando que estarían todos arriba, traspasé la puertecilla que conducía a la escalera de las tribunas, pero en el vestíbulo, o más bien pasadizo, la gente que bajaba, tropezando con la que quería subir, formaba remolinos y marejada.

Gurdilo, medianamente satisfecho de su triunfo, miró á las tribunas, descubriendo al doctor Flimnap.

Despejose algo el local con la salida de una fuerte masa de gente, cansada ya de oír discursos, y entonces vi venir a D. Paco, como que bajaba de la escalera de las tribunas reservadas. No están decía el pobre viejo con la mayor ansiedad . Asuncioncita e Inesita han desaparecido. Deben de haber salido otra vez a la calle. Lord Gray se juntó a ellas. ¡Dios mío! ¿Qué nueva tribulación es esta?