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Actualizado: 29 de mayo de 2025
Si mi familia se empeña en tratarme como a un chiquillo, yo le probaré a mi familia que soy hombre». Pero se quedó helado al suponer la contestación de su tía, que seguramente sería esta: «¿Qué habías tú de ser hombre, qué habías de ser...?». Cuando el buen chico se levantó al día siguiente, que era domingo, ya doña Lupe había vuelto de misa.
En cualquier caso ésas son niñerías o quisquillas que si fueras otro no te las perdonaría. Pero tú estás malo y te compadezco. No le vi más durante dos o tres días. Tuvo la severidad de tratarme con rigor. Se informó de mí por mi criado y supe que se preocupaba de mi estado y me vigilaba sin aparentarlo. Cada día de inacción me agotaba más y más me desmoralizaba.
No, no... ya no es tiempo... No hay más que inclinarse ante las declaraciones oficiales... Pero hace usted mal en tratarme como a una cantidad despreciable, se lo aseguro. Nada más lejos de mi pensamiento. ¿Qué me hubiera usted dicho, señora, antes de las declaraciones oficiales? Le hubiera dado a usted acaso algunas indicaciones útiles... con arreglo a ciertas observaciones... ¿Quién sabe?
La generala, al pronunciar estas palabras en voz baja y reprimida, se había ido animando poco a poco; sus mejillas se habían coloreado fuertemente, y por ellas rodaban, al concluir, dos gruesas lágrimas. Miguel se sintió conmovido. Mucho siento haberla ofendido... ¡Perdóneme usted! No; tienes razón para tratarme así repuso llevándose el pañuelo a los ojos.
Porque yo ni estoy reblandecido, ni soy ciego, ni sufro de lepra, ni padezco de tuberculosis, ni tengo cáncer ninguno. En cambio, me encuentro resfriado casi siempre y no comprendo por qué razón han de tratarme ustedes con tanto desprecio. Muchas veces, harto de toser y de estornudar, yo he acudido a ustedes en consulta.
Cuando estuvieron solos en el cuarto que servía de vestuario a María, estalló la cólera de esta. Eres un insolente, un infame exclamó con voz sofocada por la ira ¿Qué derecho tienes para tratarme de esta suerte? El quererte respondió Pepe Vera con flema. Maldito sea tu querer dijo María. Pepe Vera se echó a reír. ¡Lo dices eso como si pudieras vivir sin él! dijo volviendo a reír.
¿Y qué dices de nuestra Olguita? preguntó Marta, tomándome por la mano con ademán maternal. ¿Te gusta? Ahora un poco más dijo examinándome. Antes me pareció demasiado enseñorada. Sin embargo, no podía saltarte al cuello en seguida repliqué. ¿Y por qué no? repuso con una sonrisa. ¿Crees que no habría habido bastante lugar para ti? No dije, para que supiera de una vez cómo había que tratarme.
Yo cogí la ocasión y convidéme, diciendo que yo era de casa y amigo viejo, y que se me hiciera agravio en tratarme con cumplimiento.
Jacintito de amarillo se puso rojo, y de rojo, amarillo otra vez, porque el vozarrón del italiano se oía como un trompetazo, y la gente se volvía, con curiosidad. Cálmese usted, no tiene usted derecho de tratarme así; cuando yo le digo que para junio... Si usted no puede responder, responderá su padre. ¿Mi padre? imposible; está agobiado de compromisos.
Rió él ingeniero del tono solemne de la muchacha y acabó por besar su mano. Pero la miraba con la bondad protectora de las personas mayores que se complacen celebrando las malicias de una niña traviesa, y esto pareció contrariar á la hija de Rojas. Acabaré por reñir con usted. Se empeña en tratarme como una muchachita, cuando soy la primera dama del país, la princesa doña Flor de Río Negro.
Palabra del Dia
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