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Actualizado: 28 de mayo de 2025
En todas las piezas del teatro español, aun en aquéllas que descansan en principios trágicos, y tienden á hacer impresión de esta especie, se hallan, al lado de los personajes más serios, otros ridículos.
En el segundo habitan los comerciantes, los banqueros, los cambistas, las gentes de moda, de actualidad, gentes que quieren producir efectos cómicos ó trágicos, y los miles y miles de curiosos y de negociantes extranjeros que este gran centro llama.
Claras muestras de lo que Virués hubiera hecho en circunstancias más favorables, se descubren en todas sus obras, en las cuales brilla á veces un vigor extraordinario, que se pierde en la balumba de sus declamaciones, aunque de vez en cuando pinte los trágicos afectos con singular fuerza.
Ciertos bellos pasajes de ambas revelan un talento poético poco común, aun cuando su composición es débil por lo que hace al interés dramático. La primera, La Nise lastimosa es, bajo este último aspecto, la menos imperfecta: todos los motivos trágicos, que ofrecía el asunto, ó que inventó el poeta, están acumulados en ella, al paso que en la segunda sólo se hallan con trabajo.
Otro tren avanzó en dirección inversa, un tren interminable, que iba saliendo de las profundidades del Océano. Hurras, silbidos, blusas negras, cuellos azules, gorritos que parecían de papel. «¡Buenas tardes, príncipe!» Una sonrisa luminosa de virgen anémica: lady Lewis con sus dos ciegos, hermosos y trágicos... Su pistola bajaba.
Luces de la aurora, días del sol en fiestas de la que es sol de los días y aurora de la luz, por D. Francisco de la Torre. La reina Matilde, tragedia de Juan Domingo Bevilacqua: en Nápoles, 1597. Persecuciones de Lucinda, dama valenciana, y trágicos sucesos de D. Carlos, por el Dr. Christóbal Lozano: Valencia, 1664.
Los padres son los grandes actores, los eminentes trágicos, cuando llega la hora solemne de verter lágrimas por sus hijos. Excuso decir á mis lectores que la labriega era la madre, y el labriego el padre del muchacho. A este tocó la suerte de soldado, habia ingresado en caja, se quedaba en Paris, y aquel abrazo, dulce y desgarrador al mismo tiempo, era la despedida.
Más allá, con discreta separación, los dos enemigos, que se volvían la espalda, muy ocupados en seguir la caída de las aguas o el revoloteo de los pájaros sobre las copas de los árboles. El amigo Gómez, con su curiosidad ávida de trágicos sucesos, le había seguido en estos preparativos.
Vivían aparte, y aunque ella encontraba muy dulce esta independencia, no podía menos de sentir una antipatía femenil hacia este marido acomodaticio y poco dado á los celos trágicos. Pero ahora sus ideas parecían cambiadas, y se apresuró á hablar, como si temiese ver en Lubimoff la misma sonrisa que ella dedicaba otras veces al duque. Sí; fué á la guerra.
La gente, al ver que volvía sólo el alemán con los padrinos y acompañantes, dio por cierta la catástrofe, con la afición que muestran las masas por los finales trágicos. El barón belga estaba herido: tal vez había muerto a aquellas horas. La noticia dio la vuelta al paseo, despertando en las señoras un coro de lamentaciones: «¡Un mozo tan cumplido! ¡Qué desgracia!...».
Palabra del Dia
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