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Actualizado: 10 de junio de 2025
Aquel instante de placer compensaría los tormentos que había experimentado. Un minuto que valía por toda una existencia de dolor. ¿Y por qué no gozarlo? ¿No tenía en su poder al verdugo de su dicha? ¿No estaba allí debajo, durmiendo tranquilamente, mientras él se agitaba todavía entre crueles torturas? Apartose un poco de la ventana y se secó el rostro con el pañuelo.
Casóse, pues, con ella, y todos los tormentos que una inteligencia predestinada, todas las amarguras que un alma delicada puede sufrir al contacto permanente de la vulgaridad de espíritu y de la bajeza de carácter, todo eso lo sufrió Fabrice al lado de esa preciosa criatura.
Sin tacha en su conducta; sin límite para hacer el bien. Despreció las riquezas y el poder mundano, arrostró con serenidad las privaciones, los insultos, los tormentos, y por fin una muerte afrentosa. ¿Cuál es su doctrina? Sublime cual no cupiera jamas en mente humana; tan pura en su moral, que le han hecho justicia sus mas violentos enemigos. ¿Qué cambio social produjo este Hombre?
Si hay un sufrimiento que vale más que la dicha, ó más bien que es la dicha misma, es el de una criatura viviente que conoce todas las turbaciones del corazón y todas las quimeras del pensamiento, y que divide estos nobles tormentos con un corazón igual, y un fraternal pensamiento... Ved ahí el drama que cada uno tiene el derecho, ó para decirlo todo, el deber, de introducir en su vida, si tiene el título de hombre y quiere justificarlo.
Pero aun aquella misma niña era ocasión de nuevos y crueles tormentos. No verla a solas sino de tarde en tarde; hallarse obligado a disimular sus sentimientos, a besarla fríamente como los demás, más fríamente que los demás; no poder llamarla hija del corazón, no sentirla gorjear el tierno nombre de padre, le entristecía y en ciertos momentos le desesperaba.
Ocultábame su dolor, por no aumentar el mío, y nunca me había mostrado tanta pasión ni tan profunda ternura. ¡Demasiado generoso para quejarse y acusarme; demasiado pundonoroso para desear mi posesión a costa de mi honor y del deber, yo notaba con sorpresa los tormentos que resistía en vano!
No, no... Usted ya no puede ser mi confesor y levantando repentinamente la frente, pálidas las mejillas, los ojos secos y brillantes, donde se pintaba una resolución extrema, siguió: Sé muy bien, padre, que mi vida entera está destinada a llorar... Sé también que después de esta vida me espera quizá una eternidad de tormentos. Pero la desesperación no cuenta los tormentos ni teme nada.
Harta razón tendrás para ello. Por debajo de la ficción verás palpitar la tremenda realidad, adivinarás los tormentos de tu padre y tu propia desdicha. Lo que para los demás es fábula más o menos divertida, para ti será triste y solemne confesión. Poco vale desde el punto de vista del arte, pero he gozado escribiéndola.
El infeliz había sufrido toda una eternidad de tormentos durante el tiempo que había pasado en la cámara de la reina. EN QUE SE EXPLICARÁ ALGO DE LO OBSCURO DEL CAPÍTULO ANTERIOR, Y SE VERÁ CÓMO DO
Pero á continuación pensó en todas las protagonistas calumniadas y perseguidas que había encontrado igualmente en los libros y las aventuras cinematográficas, siendo tan enormes sus tormentos, que él, á pesar de su fortaleza viril, sentía humedecerse sus ojos. En el mundo abundaban tal vez las víctimas de dicha especie.
Palabra del Dia
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