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Actualizado: 31 de mayo de 2025


Estando así los tres, prometí a Tona y a Chisco doblarles el legado por mi cuenta, y a Facia mejorarle también el suyo.

Vio el mozón, como yo lo esperaba, el cielo abierto, porque comer con Chisco era comer con Tona. ¡Puches, qué doble panzada se dio! Yo, que asistí al final de la comida, añadí con gustosa aquiescencia de mi tío, al surplús con que ya se había obsequiado a los comensales, en honor del nuevo, una botella del más rancio «tostadillo» lebaniego que se guardaba en la bodega de la casona.

Déjelo, pues, todo a mi cargo; obedézcame en cuanto yo disponga; comience por arreglarse el tocado y el vestido, después de alegrar un poco los sombríos celajes de la cara; vuelva a ocuparse desde ahora en sus ordinarios quehaceres con el remango que solía; atienda a mi tío como siempre, y cuide mucho de que Tona no empiece a poner en duda las disculpas con que, en éstos y otros días de tormenta, ha estado usted engañando su candidez.

De pronto, una voz, la de Tona que se asomaba a menudo a la puerta del balcón de la cocina, gritó desde el fondo del último carrejo: ¡Ya vienin!

¡Hija de mi alma!... La lengua me partiera en dos con los mesmus dientes mius si la viera en tentaciones de parláselu... ¡igual que al probe señor y mi amu! ¡Santa Virgen de las Nieves!... Y, por caridá de Dios, no me pregunte más de esu por ahora... ni nunca jamás, señor don Marcelu; que yo, por la cuenta que me trae, buscaré el amparu de usté cuando la carga me rinda y las angustias me ajueguen... porque la peste ha de golver, y sin mucha tardanza, señor don Marcelu. ¡Ay, desdichada de !... ¡Y el amu... y Tona!... ¡Santa Virgen la mi Madre!

Convinimos, a mis ruegos, en que por aquella noche quedaran las cosas como estaban, cenando en adelante en la perezosa y dejando la mesa del salón para la comida del mediodía; bajóse de su pedestal don Pedro Nolasco, y salimos de la cocina los cuatro comensales en ringlera, siguiendo a Tona que nos alumbraba el camino con el candil que había descolgado de la campana de la chimenea.

Por no acercar demasiado al gigantón de la Castañalera al cuadro que tan tristemente le impresionaba, comimos todos con él en la perezosa de la cocina, servidos por Tona, mientras su madre cuidaba del enfermo.

Marcháronse los chicos que estaban jugando a la toña, y la esquina de la calle de la Pasión quedó desierta unos instantes: Paz no miraba ya más que a la puerta, creyendo que era tarde para que viniera. Pensaba que, si le veía, sería al salir. De pronto tuvo que apoyarse en uno de los maderos que sostenían el tenderete junto al cual estaban.

No val Tanasia menos que Tona; pero tan rogá, tan rogá, se van quitando pocu a pocu las ganas de eya... y tamién, esu de que le pongan a unu en puja y en remati con un jastial como Pepazus... vamus, que jaz mal estómagu... Y, en finiquitu, el güey sueltu bien se lambe, y pué que sean permisión de Dios esos trompiezus, pa librarme en el día de mañana de otrus que me descalabraran pa toos los días de mi vida... Dende que tuvi dientis pa royeli, estoy ganandu el pan en casa ajena, y no me ha idu mal así. ¿A qué apurase un hombre por cambiar de suerti cuando no sabi lo que han de dali por lo que deja?

Por mi parte, y «para ir tirando de la conversación» tuve que suministrar, a instancias del Cura y de don Pedro Nolasco, cuatro vaguedades sobre «esos mundos de Dios», por los que tanto había rodado, al decir de los mismos señores; y menos interesado ya que al principio en lo que allí se trataba, y pudiendo llevar mi atención a otros términos del cuadro, observé, entre otras cosas, que Tona y Chisco no tomaban parte en ello más que con los ojos y alguna que otra exclamación o risotada, y que la tal sirvienta, por su cara y por su talle, de pies a cabeza, en fin, era lo que se llamaba una buena moza.

Palabra del Dia

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