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Actualizado: 31 de mayo de 2025
Facia inclinó la cabeza y se tapó la cara con las manos, como si se avergonzara, en su humildad, de aquella inmerecida munificencia de su señor; Tona sufrió una sacudida de arriba abajo, como si la hubieran aplicado una descarga eléctrica; Chisco no movió pie ni mano ni una sola fibra de todo su cuerpo, pero se puso muy descolorido.
Mi tío y yo, como lo solíamos hacer a menudo, cenamos en la perezosa: él su correspondiente ración de leche, alimento único que te había prescrito Neluco últimamente, por convenir tanto a su invencible inapetencia como a la índole de su enfermedad, y yo los ordinarios condumios de Tona y de su madre, a los que se había ido haciendo mi estómago agradecido.
Entró en la cocina Tona, algo tocada también de la murria inverniza, a trajinar en el fogón donde hablábamos mi tío y yo al calorcillo de la lumbre, y ya no pude preguntarle lo que tenía a la punta de la lengua, como exploración siquiera alrededor de la casta de aquel nuevo «punto» que me había puesto en gran curiosidad.
Después de esta bulliciosa solemnidad, que removió al vecindario entero y le dejó rendido por la doble fatiga de los jolgorios y del trabajo, dispuse yo el casamiento de Tona con Pito Salces.
Antes de que acabáramos de comer, supimos por Facia que el enfermo había vuelto a dormirse y que «el trapeu de la nieve iba tan a más, que daba gustu». Yo me acordé de la ausencia de don Sabas y de la falta que hacía al lado de mi tío, y no recibí la noticia con tanto placer como el que sentía la madre de Tona al dármela.
Y tras esto, me acosó a preguntas: si comía, si descansaba, si conocía su estado, si me daba mucho que hacer, si podían ellos hacer algo en alivio nuestro; porque ya se sabía que casa sin mujeres, andaba como Dios quería en los apuros graves. Buena era Facia, buena era Tona; pero... al cabo, al cabo. Vaya, que no era lo mismo.
Un día de aquellos pocos, el siguiente al del entierro de mi tío, llamé aparte a Facia, a Tona y a Chisco, para leerles las cláusulas testamentarias que se referían a ellos. Mandéles que se sentaran; no quisieron, y en el tono más solemne que pude se las leí.
De este recuento traté de separar algunas partidas principales, a título de «reservas», para las eventualidades del invierno, que no podía tardar mucho en dejarse caer sobre Tablanca, y empecé a contar por los dedos: Chisco, su camarada Pito Salces, Tanasia y su padre el Topero, el Tarumbo, Neluco Celis, don Pedro Nolasco, su hija Mari Pepa y su nieta Lituca, el párroco don Sabas Peñas, Facia, la mujer gris; Tona, su hija; mi tío Celso y el escenario de Tablanca.
Y me llevó a remolque hasta la cocina, donde me hallé a la mujer gris, a Tona y a Chisco, sentados a la perezosa y almorzando unas fritangas con borona. Diéronme risueños los buenos días, levántandose muy corteses, y apenas me dejó tiempo mi tío para cambiar con ellos algunas palabras; porque tan pronto como abrió una puerta cercana a la mesa y en la misma pared, comenzó a llamarme a su lado.
Lo que aquí se necesita ahora para disciplinarle un poco, es organizar la asistencia modificando al propio tiempo la vida de este hogar. Usted no puede acomodarse a ciertas faenas, impropias de sus hábitos y hasta de su naturaleza; Facia es la estampa de la melancolía, y su hija Tona incapaz de suplir con la más cariñosa de las solicitudes, la habilidad y el pulimento que le faltan.
Palabra del Dia
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