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Actualizado: 11 de julio de 2025
Doña Luz, acompañada de su benigna amiga, estaba en una ventana baja, aguardando la aparición de la pompa y del triunfo, que se anunciaba ya por el resonar de los tiros y de los vivas.
Pues qué, ¿tanto abunda el verdadero patriotismo que sea necesario conquistar a tiros la molestia y el pesar de abandonar la propia casa y la familia y los negocios, por ir a cuidar de los ajenos? Sabemos ya que don Simón, aunque muy halagado con la importancia que le concedía su propio cargo en las altas regiones en que éste pesaba algo, no estaba satisfecho.
Se separaron en las afueras de Jerez. Rafael se marchaba al cortijo. Quería estar allí, ya que tenía noticia de lo que se preparaba para la tarde en los llanos de Caulina. Va a haber bronca, y gorda. Dicen que hoy se lo reparten too y lo queman too, y que se van a cortar más cabezas que en una batalla de moros... Yo a Matanzuela, y al primero que se presente con mala intención lo recibo a tiros.
Algunos soldados, franceses y suizos, formados en grupos cerca de la estacion, lanzaban tiros de fusil y gritos estentóreos de alegría que contrastaban con el silencio y la actitud reservada de algunos paisanos atraidos por la curiosidad. ¿Qué iban á buscar allí?
Y cuando alguna vez oigamos esos tiros tan alegres que suenan en el café y dentro de las casas, podremos decir: «Gracias a nuestra ama hemos sentido también dentro del cuerpo esa descarga.» Bendita sea la mano que sabe dar cosas tan buenas y que no arrepara a quién las da.
Era una verdadera batalla, descargas cerradas, arcabuzazos sueltos, tiros que parecían cañonazos. Todas las armas del vecindario saludaban la salida del santo.
Un amanecer, Jaime, que había traído su escopeta, disparó dos tiros contra un grupo de cabras que estaban a gran distancia, seguro de no tocarlas, por el placer de verlas saltar en su huida. Los estampidos, agrandados por el eco del canal, poblaron el espacio de chillidos y aleteos. Eran centenares de gaviotas viejas y enormes que abandonaban sus guaridas espantadas por el estruendo.
Porque, en efecto, el forajido que habían perseguido a tiros, no era otro que Marín sorprendido infraganti, en el momento de abrir la puerta de su casa. Hubo que llevarle a ella en hombros, y sangrarle. Al día siguiente, don Roque se presentó a pedirle perdón, y lo obtuvo.
Pero ostensiblemente pocos se alegraban de lo ocurrido. ¡Era un escándalo! ¡Un adulterio descubierto! ¡Un duelo! ¡Un marido, un ex-regente de Audiencia muerto de un pistoletazo en la vejiga! En Vetusta, ni aun en los días de revolución había habido tiros. No había costado a nadie un cartucho la conquista de los derechos inalienables del hombre.
Y al día siguiente don Víctor Quintanar, de tiros largos, como el día de la primera visita, entró en el estrado de los Ozores. Venía a pedir la mano de Ana, «a quien creía no ser indiferente». «Daba aquel paso antes de lo que pensaba, porque acababa de ser ascendido; iba a Granada en calidad de Presidente de Sala y quería llevarse a su esposa, si su ardiente deseo era cumplido.
Palabra del Dia
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