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Actualizado: 27 de junio de 2025
¿Saldréis por la calle que costea el parque y atraviesa la aldea? Sí, por ese camino pasaremos. ¿Por qué tan temprano? Yo habría ido a veros pasar y deciros adiós desde el terrado. Bettina conservaba en su mano la mano de Juan, que estaba ardiente, hasta que éste se desprendió dolorosamente, haciendo un esfuerzo, y dijo: Tengo que ir a saludar a vuestra hermana.
30 Como esto será el día que el Hijo del hombre se manifestará. 31 En aquel día, el que estuviere en el terrado, y sus alhajas en casa, no descienda a tomarlas; y el que en el campo, asimismo no vuelva atrás. 32 Acordaos de la mujer de Lot. 33 Cualquiera que procurare salvar su alma, la perderá; y cualquiera que la perdiere, la vivificará.
Y la casa de los hindús de antes era como las pagodas de Lahore o las de Cachemira, con los techos y balcones muy adornados y con muchas vueltas, y a la entrada la escalinata sin baranda. Otras casas tenían torreones en la esquina, y el terrado como los egipcios, corrido y sin las torres.
De pronto, como el peregrino sediento que escucha un vocerío de caravana más allá del horizonte, el morisco inclinó todo su cuerpo, hacia el costado, y llevándose la mano al oído, aguzó su atención. Ramiro creyó distinguir entonces una voz como lejana, un canto sigiloso y triste. Era, sin duda, la voz del almuédano, la convocación exterior del idzan, en algún terrado vecino.
La casa etrusca de antes era de un piso, con un terrado de baranda, y el techo de aleros caídos. Pintaban en las paredes sus fiestas y sus ceremonias, con retratos y caricaturas, y sabían dibujar sus figuras como si se las viera en movimiento. La casa de los romanos fue primero como la de los etruscos, poro luego conocieron a Grecia, y la imitaron en sus casas, como en todo.
Bajé al punto la escalera. Algunos jóvenes, encabezados por Bevallan salieron al terrado, por humanidad según creo, y se abrieron al mismo tiempo las tres ventanas del salón para las mujeres y los ancianos.
El pueblo se extendía por entrambos lados adosado a la montaña, y sus casas estaban bañadas por el mar, al cual podían los vecinos salir por escaleras de piedra. En muchas había también un pequeño terrado o jardín donde merendaban o departían sosegadamente tomando el fresco, o bailaban y reían, según el humor y la ocasión.
A la tercera vez que se asomó Luz a la azotea, también vio al mancebo en el mismo sitio; pero ya no se contentaba, para dar entretenimiento a sus miradas, con el lujo de la naturaleza que le envolvía; también la miraba a ella, a Luz, y aun con mejores ojos que a las bellezas inanimadas del paraíso; y como el mancebo era, en opinión de Luz, «el sentimiento de la bondad y la fortaleza», y hasta «el arcángel guardador» de todo aquello, que ya era «de los dos», Luz bajó del terrado, sin miedo y sin escrúpulos, y el mancebo la salió al encuentro; y ella apoyó su brazo en el brazo que le presentó él, y se fueron juntos por el sendero adelante; y mientras andaban así, a Luz le parecía más radiante la del sol y que eran más olorosas las flores y más blandos los senderos; los ruidos más armoniosos, el ambiente más saludable y los pajarillos más alegres.
Por fin se encuentra bajo el bosque, donde los árboles la protejen un poco. Otro toque más; más cercano esta vez, Bettina cree oír los pasos de los caballos. Hace un último esfuerzo y llega al terrado... ¡Ya era tiempo! A veinte metros de distancia divisa los caballos blancos de los cornetas, y más lejos ve ondular vagamente en medio de la neblina, una larga fila de cañones.
En este sitio la larga calle de tilos que costeaba el muro, formaba un terrado. Levantando la cabeza, el abate vio a la señora de Lavardens con su hijo Pablo. ¿Dónde vais, señor cura? preguntó la Condesa. A Souvigny, al Tribunal, para saber... Quedaos con nosotros. M. de Larnac vendrá después de la venta a darnos cuenta del resultado. El abate Constantín subió al terrado.
Palabra del Dia
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