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Actualizado: 10 de mayo de 2025
TERPSY. Precisamente estaba buscando un médico..., un médico de fama..., para que figurara en mi establecimiento... ¡Necesito un nombre conocido! ¡Tú no puedes negármelo...! Te daré un sueldo de cuatro mil francos mensuales... ¡Esto te entretendrá una media hora por día...! Y yo pongo en mis prospectos: «Dirección médica: Profesor Gilberto Tassouin». ¡Esto es importante...! ¿Quieres...?
Nunca podría aconsejarte bastante cuán necesario es para ti que sigas este curso... Por otra parte, voy a quedarme un instante con la señora Terpsy; deseo interrogarla acerca de los resultados obtenidos. Las dos mujeres se marchan. El profesor entra en el saloncito, donde Terpsy se le une, apenas ida su última discípula. Señora: ¡dispense usted mi curiosidad...! Ignoraba si debía...
TERPSY. Vas a ver cómo se encadena todo. No tenía ganas de trabajar, y entonces me lancé a la vida alegre... Todas las noches iba al baile Vestris y allí danzaba para aturdirme... ¡Y nunca regresaba sola...!
TERPSY. Se enfada usted conmigo, señorita... Sin embargo, usted adquirirá poco a poco la costumbre de poner cierta armonía en sus menores ademanes... ¡Bajará usted del coche como una princesa baja de una carroza...! ¡Comerá usted tan noblemente, que su yantar no será la satisfacción, sino la idealización de una necesidad...! ¡Hasta sus más bajas funciones se revestirán de belleza...!
Aparece la señorita Terpsy. Es una mujer alta, de cuarenta años, con rasgos un poco cansados, pero muy regulares. Está vestida con una especie de peplo grisáceo, que cubre un traje de malla de color de carne; piernas y brazos desnudos, pies calzados con sandalias entrelazadas; el peinado rojo de la señorita Terpsy está sujeto con bandeletas de oro.
TERPSY. ¡Es cierto...! ¡Me abandonaste cochinamente hace veinte años...! ¡Pero tuve tiempo de perdonarte...! ¡Te di los mejores años de mi juventud, bandido...! ¡Y no lo siento...! ¡Quia...! ¡Cuánto me alegra que hayas venido...!
TERPSY. ¡Marchan muy bien, gracias a Dios...! Pero... ¿cómo decirlo...? ¡Sentían vértigos...! ¡Dejábanse caer en... la tentación...! Yo dije a la señora Gimblon: «Hay que someterse al masaje, y cuando ellos no tengan ya vacilaciones volverá usted y la dedicaré a la pírrica...» LA SE
TERPSY. ¡Para todo, señorita...! Mi enseñanza no hace mas que expresar con ademanes los sentimientos sugeridos por la música: de esta suerte, yo la acostumbro a usted a guardar en el oído ciertas frases líricas; éstas acompañarán su vida en lo sucesivo.
TALMA. ¡Por lo menos, hoy...! ¡Ya me pagará a fin de mes...! ¡La señora Talma le pasará el recibo...! La señora Bouzine ha llevado a su hija única, Lea, al curso de Euritmia dirigido por la célebre Terpsy, profesora de bellas actitudes.
TERPSY. La danza guerrera... Usted desconoce todavía mi enseñanza: la danza clásica en todas sus manifestaciones. ¡No hay ejercicio mejor...! ¡Desde luego aquí no aprenderá usted el tango...! TERPSY. ¡Peor para usted...! Es la única danza que hace engordar. ¡Principalmente las piernas y el bajo-vientre! LA SE
Palabra del Dia
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