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Actualizado: 6 de julio de 2025
Preguntó don Quijote que cómo iba aquel hombre con tantas prisiones más que los otros. Respondióle la guarda porque tenía aquel solo más delitos que todos los otros juntos, y que era tan atrevido y tan grande bellaco que, aunque le llevaban de aquella manera, no iban seguros dél, sino que temían que se les había de huir.
Las niñas, que admiraban y temían a Nélida como la personificación del pecado, se tocaban con el codo al pasar ante ellos. Una nueva conquista... Ahora ha caído ese señor tan serio que hace versos... y no baila. ¡Qué Nélida!... Ella, con su fina observación femenil, se daba cuenta del revoloteo de los curiosos y sentía orgullo por este escándalo, que pasaba inadvertido para Ojeda.
Si se casaba una muchacha de la costa, célebre por su belleza, á la salida de la iglesia surgían los impíos, disparando sus trabucos y acuchillando á los hombres sin armas, para llevarse las mujeres con sus ropas de fiesta. De todo el litoral sólo temían á los navegantes de la Marina, tan audaces y belicosos como ellos.
El cacique y los nobles, juntos en Consejo, determinaron echar el resto de sus fuerzas y poder para reparar los daños y ruina de su religión, mas no sin temor de salir con sus intentos, cuando aún sus mismos dioses temían. Mientras esta gente estaba en arma y en confusión, se adelantó el Santo Misionero con Patozi y dos muchachos muy fervorosos, dejando toda la demás gente algo distante.
El trabajo escaseaba; había sobra de brazos, era reciente la indignación contra los petroleros perturbadores del país; los Borbones acababan de volver, y los ricos temían dar entrada en sus fincas a los que habían visto antes con el fusil en la mano, tratándoles de igual a igual, con gestos amenazadores.
Temían que los salvajes estuvieran preparando algún furioso asalto nocturno. Aunque nada sospechoso se viera ni se oyera en la llanura, había muchos indicios de que los salvajes tramaban algún plan. Hacia el Mediodía habían visto muchas bandadas de aves salir volando de los bosques de eucaliptos y dirigirse hacia el Norte.
»¡Cómo me ha abrazado Luis! ¡Qué ojos tan risueños! ¡Qué palabras de amor! ¡Nunca lo he visto tan feliz, ni el día que le di el sí! Ahora no puede creer que sus cuarenta y cuatro años me parezcan demasiado: ya está hasta persuadido de que la idea de casarme con él no debió parecerme tan extravagante como él y papá temían.
Un ligero examen de su exterior, si no ya sus cabellos blancos, manifestaba al instante que pertenecía á otra época, á otra generacion, cuando los mejores jóvenes no temían exponer su dignidad haciéndose sacerdotes, cuando los clérigos miraban de igual á igual á los frailes cualesquiera, y cuando la clase, aun no denigrada y envilecida, pedía hombres libres y no esclavos, inteligencias superiores y no voluntades sometidas.
La opinión del prójimo, si no valía, importaba a sus ojos tanto como la misma virtud: temían más al comentario y la maledicencia que a la falta, siendo partidarios acérrimos del refrán que dice: «Pecado ignorado medio perdonado». Con tales ideas no habían de permitir que sus sobrinas viviesen solas. Soledad y Sacramento no parecían hermanas.
Su nombre era terriblemente popular en toda la costa mediterránea ocupada por los infieles. Los mahometanos le temían como al demonio; las moras hacían callar a sus pequeñuelos con la amenaza del comendador Febrer. Dragut, gran corsario turco, le apreciaba como único rival digno de su valor.
Palabra del Dia
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