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Actualizado: 29 de julio de 2025


Lo que le importaba era lo otro, lo otro, ¡canástoles! lo que en su concepto no daba espera, y por lo cual lo puso «sobre el tapete» en cuanto volvieron a casa los dos y tomaron un respiro. Repito lo dicho, hija del alma comenzó diciendo : estás de perlas vestidita de mujer; vamos, como si hubieras nacido así...

Y sin decirse otra palabra, ambos se introdujeron en la morada del capitán, subieron á su gabinete, encendieron un gran velón de dos mecheros, cerraron cuidadosamente la puerta, se sentaron á una mesa cubierta con tapete verde y, poniendo sobre él una baraja, anudaron la partida de brisca que hacía ya más de veinte años tenían comenzada.

Vuelvo a pedir perdón; pero ¿quién no conoce en el día algún sacerdote de esos que queriendo pasar por hombres despreocupados, y limpiarse de la fama de carlistas, dan en el extremo opuesto; de esos que para exagerar su liberalismo y su ilustración, empiezan por llorar su ministerio; a quienes se ve siempre alrededor del tapete y de las bellas en bailes y en teatros, y en todo paraje profano, vestidos siempre y hablando mundanamente; que hacen alarde de...? pero nuestros lectores nos comprenden.

Se llenaba la salita, que no estaba sucia propiamente, con cinco sillas y un sofá de paja; una consola con su espejillo encima, dos floreros y el retrato de Nacho, de la misma edición que el que tenía Nieves; un veladorcito en el centro con tapete de crochet; seis litografías con marco enchapado de caoba, en las paredes, y tres felpudos de colores en el suelo. Nada de cielorraso.

El que pasa la noche bajo las supremas angustias del juego ése, para quien la acción y el fin de la vida están en las astucias del tapete y en sus éxitos repugnantes, se alza bravamente ante los distinguidos tahures o «clubmen» que le rodean y palpitante de emoción o de angustia, proclama: ¡Caballeros! ¡No juego más; ya es de día!

En medio de la sala, una mesita de juego cubierta con un tapete verde apolillado, y sobre ella dos candelabros de latón. Apoyado el codo sobre esta mesa, hay un hombre sentado y con un libro en la mano. Sus miembros robustos indican que aún conserva el vigor de la juventud. Sus ojos son azules y su frente ancha. Cuando se ríe descubre una brillante y blanca dentadura.

María-Manuela abrió instantáneamente y le llevó por la mano, sin decirle palabra, hasta una salita donde había un sofá y cuatro sillas de paja, una consola con sus correspondientes caracoles de mar encima, espejo resguardado de las moscas por una gasa, algunos cuadros en litografía representando la historia de Hernán Cortés y D.ª Marina y en el centro una mesilla cubierta con tapete de hule.

A más de por hermosa en el grado especial en que lo era, por la historia que tenía, fue su aparición en los salones mucho más notada que otras semejantes: la mordieron las envidiosas con la saña de las grandes ocasiones; la compadecieron a gritos las pecadoras en secreto; los hombres la tuvieron quince días sobre el tapete en sus debates naturalistas, y los revisteros de salones soltaron toda la trompetería más sonora de sus órganos, en honra y gloria de la recién llegada al único mundo en que, según ellos, se podía vivir debajo de la luna.

Un gentleman aviejado y cada vez más flaco, que juega y pierde en los primeros días de todos los meses, dice con desesperación á los que le escuchan, cuando ve desaparecer sobre el tapete sus últimas fichas: Yo soy el lord Lewis que aparece en ese libro sobre Monte-Carlo, escrito por «Ibanez», el novelista español.

Una vez en la trastienda, que era una sala cuadrada bastante sucia, vestida de estantería de madera llena de piezas de paño y sembrada, sobre todo hacia los rincones, de multitud de objetos polvorientos y enmohecidos, las señoras se despojaron de sus abrigos. En el centro había una gran mesa cubierta con tapete azul, y colgando sobre ella una lámpara idéntica á la de la tienda.

Palabra del Dia

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