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Actualizado: 15 de junio de 2025


Callaba María Teresa, como si la excitación de su falsa alegría hubiese cesado de golpe al ponerse en contacto con esta soledad. Apretó más fuertemente el brazo de Fernando, y rozándole el rostro con el ala de su sombrero, murmuró: Di, ¿y si me fuese contigo?... Era una súplica, un murmullo tímido, la petición que se considera imposible, pero se formula como última esperanza.

En «La Vena» le dice Julián á Carlota: «Creo que cualquier hombre medianamente dotado y ni muy tonto ni muy tímido, tiene en su vida una hora de suerte, un instante durante el cual los demás hombres parecen trabajar para él, en que los frutos vienen á colocarse al alcance de su mano para que él los coja.

A través de los fustes rectos de la arboleda se veían cinco goletas, inmóviles en el horizonte, con el velamen caído. Una cinta de humo acompañaba las evoluciones de un torpedero sutil rondando como perro protector en torno de este rebaño blanco y tímido. Al asomarse á los balconajes de piedra se veía el mar á una profundidad enorme.

Por una puerta entreabierta se veía la cocina, en la que había entrado su hermano para dar órdenes a una mujer vieja de aspecto tímido. En un rincón de la sala estaba enfundada una máquina de coser. Luna había visto trabajando en ella a su sobrina la última vez que pasó por la catedral.

Para adularme y adular a mi padre, dicen hombres y mujeres que soy un real mozo, muy salado, que tengo mucho ángel, que mis ojos son muy pícaros, y otras sandeces que me afligen, disgustan y avergüenzan, a pesar de que no soy tímido y conozco las miserias y locuras de esta vida, para no escandalizarme ni asustarme de nada.

Estaba bien convencido de que una vez resuelto a acometer la empresa, cualquier vacilación resultaba perjudicial. Tal audacia no procedía, pues, directamente de su temperamento, sino de la reflexión. Era una muestra de su astucia incomparable. Por lo demás, su fondo era tímido. Este defecto, en vez de corregirse con la felicidad casi nunca interrumpida de sus éxitos, se aumentaba cada día.

El ministerial anda a paso de reforma; es decir, que más parece que se columpia, sin moverse de un sitio, que no que anda. Es, por último, el ministerial de suyo tímido y miedoso.

¡Qué aparición, querido mío, la de aquella niña olvidada, demacrada, vestida con una bata blanca, flexible y sedosa, que le daba un aspecto de figura antigua! Con sus cabellos obscuros separados en la frente y unidos por detrás en una gruesa trenza, y con el tímido asombro de sus ojazos, un poco hundidos, parecía un ser celestial.

Tenía una gran movilidad en la expresión y mucha gracia hablando. ¿Habrá que decir que yo estuve en su presencia torpe, turbado, hecho un tonto? No, no es necesario. Me encontraba en la edad del pavo, no había tratado a ninguna mujer y era naturalmente tímido. Doña Hortensia dijo al criado: Dígale al señor que le esperamos para almorzar.

Era demasiado tímido para hablar en su propio nombre, pero la vecindad de un gran poeta le daba atrevimiento y sus ideas personales iban saliendo a la superficie bajo la protección del pensamiento de los otros. Dante, Ariosto, Cervantes, Shakespeare, fueron los sublimes intermediarios que se encargaron de aproximar aquellas dos almas y de infundirlas cariño.

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