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Actualizado: 26 de junio de 2025


El uranoscopo obscuro, con los ojos casi unidos en la cumbre de su enorme cabeza y el cuerpo en forma de maza, sólo dejaba visible un largo hilo que surgía de su mandíbula inferior, agitándolo en todas direcciones para atraer á sus víctimas. Estas perseguían el movible objeto creyéndolo una lombriz, hasta que eran alcanzadas por los dientes del cazador.

El ruido lento y monótono que surgía entre los árboles era el de la escuela de don Joaquín, establecida en una barraca oculta por la fila de álamos. Nunca el saber se vió peor alojado; y eso que, por lo común, no habita palacios.

Cuando nuestros invitados masculinos eran jóvenes, nos hacían la corte a Blanca y a mi, y lo que es yo me divertía bastante; pero cuando eran viejos... ¡Dios mío! surgía siempre la política a darme jaqueca. ¡Oh! ¡Cuánto me ha aburrido la política!

En este tiempo estaba gran riqueza De barras en la playa, y por el llano La gente acude luego con presteza, Y viendo que surgia el Luterano, Sacaron fuerzas, todos, de flaqueza, Pensando de probar allí la mano: Los hombres con las armas acudieron, Las mugeres tambien allí salieron.

De vez en cuando surgía en su memoria el recuerdo de aquella aventura de la juventud. Los ocho años transcurridos le parecían un siglo. Rafael se sentía alejado de aquellos sucesos por toda una vida. El rostro de Leonora se había esfumado poco a poco en su memoria hasta perderse. Sólo recordaba los ojos verdes, la cabellera brillante como un casco de oro.

Había que verlos despertar cuando surgía la aurora. Saltaban gozosos como niños; jugueteaban acometiéndose de mentirijillas y cruzando sus cuernos; intentaban montarse unos a otros, con una alegría ruidosa, como si saludasen la presencia del sol, que es la gloria de Dios.

La joven, más alta y esbelta, caminaba á pequeños saltos, como un ave que sólo sabe volar, contoneándose sobre sus empinados talones. Las dos miraron con inquietud á este hombre que surgía inesperadamente entre las ruinas. Mostraban el aire preocupado y temeroso del que va á un lugar prohibido ó medita una mala acción.

Se llamará Julio, y quiero que se parezca á mi pobre finadaDesde la muerte de su esposa, que ya no la llamaba «la china», sintió algo semejante á un amor póstumo por aquella pobre mujer que tanto le había aguantado durante su existencia, siempre tímida y silenciosa. «Mi pobre finada» surgía á cada instante en las conversaciones del estanciero, con la obsesión de un remordimiento.

Elena miraba pasar por la ventanilla las estaciones y los pueblos con una emoción que parecía sufrimiento. ¿Llegamos pronto a París? preguntaba ansiosa. Todavía no; yo la advertiré a usted. ¡Ahí está París! exclamó al ver la inmensa extensión de casas y monumentos que surgía en el horizonte. Y se puso muy pálida.

Por el espacio pasaba junto a con perezoso vuelo un gran pajarraco: era el águila que acudía a guarecerse a la torre... Las brumas del mar subían poco a poco. Bien pronto veíase tan sólo el blanco festón de la espuma alrededor de la isla... De pronto, por encima de mi cabeza, surgía una gran oleada de plácida luz. Estaba encendido el faro.

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