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Actualizado: 28 de junio de 2025


Lo merece, hijo, lo merece. Ya tendrá novio, ¿verdad, tía Pepa? O, por lo menos, sus amartelados.... ¿Qué? ¿qué dices? Que ya tendrá novio.... ¿Novio Angelina? ¡Por Dios, Rorró! ¡Qué otro vienes! Y en tono dulce y suplicante agregó: ¡Ay!, ¡Rorró! ¡No hagas malos juicios de las personas!... En aquellos momentos llegó la joven.

Entendió, por último, que la mirada del enfermo era suplicante, amorosa, tristemente dulce.

¡Qué Francisca ésta! murmuró la indulgente Genoveva con una mirada suplicante hacia su madre para que no respondiese a Francisca. La de Ribert me leyó todas las cartas recibidas, y dejé a aquellas señoras, llevándome la carta de mi alma hermana, que Genoveva me puso en la mano en el momento de salir.

Experimentó la sensación de un grave peligro, el sobresalto nervioso que avisa. Temblaron sus rodillas, se contrajeron como si fuese a desplomarse de miedo. ¿Es que me encuentras viejo para ti? murmuró en sus oídos una voz suplicante . ¿Es que nunca podrás quererme?...

Pablo se quedó atónito. Evidentemente en su alma pasaba algo extraordinario, porque se volvía de un lado y de otro para cerciorarse de que no estaba soñando. Pero un instante después, y oyendo que la madre de Carmen, con las manos juntas en actitud suplicante, decía: ¡Pablo, perdónala! dejó escapar de sus ojos dos gruesas lágrimas, e hizo un esfuerzo para hablar.

Y su marido miraba al hombre poderoso con expresión suplicante, como si pidiera perdón para su mujer, que no sabía lo que decía. Vamos, doña Enriqueta dijo desde el fondo de la habitación la voz del cura . Piense usted en misma y en Dios: no incurra en el pecado de soberbia. Los dos hombres, el marido y el protector, acabaron por sentarse junto al lecho de la enferma.

¡María de la !... ¡Mariquilla!... Era el mismo acento dulce y suplicante que al verse en la reja, y sin saber cómo, volvió ella sobre sus pasos, acercándose tímidamente, fijando su mirada lacrimosa en los ojos de su antiguo novio. También él estaba triste. Una gravedad melancólica parecía darle cierta elegancia, afinando su áspero exterior de hombre de lucha. María de la murmuró.

Es inútil advirtió el Marqués . Bautista tiene fuerza pero no alcanza; es de mi estatura... no hay más remedio que buscar otra escalera.... No la hay en el jardín... Sabe Dios dónde parecerá... ¡Por Dios! ¡por Dios!... que ya me mareo, que me caigo de miedo. Entonces don Álvaro, a quien Ana había dirigido una mirada animadora y suplicante, se decidió.

¿Le he hecho daño, miss Rojas? dijo otra vez el joven con voz suplicante, como si su emoción no le permitiera en aquellos momentos preguntar otra cosa . ¿Verdad que no he tirado el lazo muy mal?...

En el pasillo, Cristeta habló a su adorador en voz baja: ¡Por caridad... vete! ¿Hablaremos? repuso él suplicante. No me hagas ser mala. No quiero. Vete... El pasillo estaba ya lleno de gente. Don Juan comprendió que no era posible seguir hablando sin ponerse en ridículo. Mustio, alicaído y rabioso, bajó tras ella la escalera.

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