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Actualizado: 9 de junio de 2025


Fuimos bordeando algunas rocas de la entrada de la cueva: extraños y fantásticos centinelas. Recalde, en el fondo mucho más supersticioso que yo, no quería mirar. Cuando le insté para que contemplara el interior de la gruta, me dijo rudamente: ¡Déjame! Yo, al ver aquella decoración, comencé a perder el miedo. Miraba con una curiosidad redoblada.

Eran tímidos y huraños con la gente que llegaba de aquella llanura, a la que volvían los ojos con cierto temor supersticioso, como si en ella residiese el misterio de la vida. Eran pedazos de naturaleza, de una existencia rudimentaria y monótana. Andaban y vivían como podrían hacerlo un árbol o una piedra animados de movimiento.

Te equivocas. A quien no es supersticioso llamáis ateo. ¡Yo ateo? No, Tirso: mi corazón ama a Dios mejor que el tuyo: mi Dios no ha menester homenaje ridículo ni dogmatismo absurdo. le adoras en templos, que aun de día necesitan luz: yo en el fondo de mi conciencia, donde me basta para verle el resplandor de la caridad que

A los dos años vivía en la ciudad como un personaje y afirmaba riendo que «no se dejaría colgar» por ochenta mil duros. Después, siempre hacia arriba, su fortuna llegó a una altura loca. Las gentes, asombradas, se decían al oído con cierto respeto supersticioso los miles de duros que ganaba en limpio al final de cada campaña.

Desconfiando de los médicos, sólo se aplicaba remedios que llamaremos populares, recomendados por las comadres de la vecindad, los unos del orden supersticioso, los otros del género terapéutico familiar; y como se los administraba todos a la vez o in solidum, sin criterio, sin tino, la buena mujer estaba cada día peor.

Como todos los que viven en incesante peligro, Robledo empezó á sentirse supersticioso, recomendándose en su interior á varias divinidades confusas y omnipotentes que podían realizar un milagro. «Si conseguimos pasar el invierno pensaba sin que esto se rompa, ¡qué felicidad

Sólo Teobaldo guardó su compostura, y nos dijo moviendo la cabeza: »¡Eso que es extraño! »A estas palabras, nuestra alegría creció de pronto. »No se rían ustedes... nos dijo con gran seriedad y sangre fría. Debo ser el más razonable de los tres... y soy el más débil y supersticioso... Lo que acaban de decirme me ha impresionado, y a mi pesar no puedo dejar de creerlo. »¿Por qué? le interrogué.

Parecía ella una sacerdotisa y él un acólito de aquel culto platónico. El mismo don Fermín, las veces que presenciaba aquellas ceremonias, sentía un vago respeto supersticioso, sobre todo si contemplaba el rostro de su madre, más pálido entonces, algo parecido a una estatua de marfil, la de una Minerva amarilla, la Palas Atenea de la Crusología.

Las creencias religiosas que observaban aquellos primitivos pueblos, estaban resumidas al culto supersticioso de los cadáveres, teniendo cada familia un altar en el hogar y un ídolo en las calaveras de sus mayores, que cuidadosamente conservaban cual lo hacían en sus lares, los descendientes de Rómulo con sus pequeños dioses penates.

La sorpresa no me permitía pensar. Mis ideas estaban aún embrolladas por el sueño. En el primer momento sentí cierto terror supersticioso. Aquel hombre que se aparecía estando el tren en marcha, tenía algo de los fantasmas de mis cuentos de niño.

Palabra del Dia

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