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De repente se iluminó la habitación del Duque, cuyas mal cerradas persianas me permitieron ver en parte el interior de la misma, poniéndome de puntillas sobre la sumergida roca. Luego se abrieron las persianas por completo y distinguí el gracioso contorno de Antonieta de Maubán, destacándose con toda precisión en la viva luz del cuarto.

Estaban en la zona peligrosa del Mediterráneo, donde los submarinos alemanes se mantenían á la espera de los convoyes franceses é ingleses que iban navegando al abrigo del litoral español. Los obstáculos de la costa sumergida eran para él la mejor defensa contra los invisibles ataques. Fué esfumándose á sus espaldas el promontorio Ferrario, hasta no ser mas que una sombra en el horizonte.

Ana, entre sollozos, refirió lo que podía referir de sus angustias, de sus miedos, de sus tormentos, de aquellas horas de fiebre. «Después que se vio en su lecho, mil espantosas imágenes la asaltaron entre los recuerdos confusos del baile.... Creyó que volvía a caer de repente en aquellos pozos negros del delirio en que se sentía sumergida en las noches lúgubres de su enfermedad.... Después la idea del mal que había hecho la había horrorizado...». Y Ana se interrumpía al ver al Magistral quedarse lívido, y como rectificando añadía, «el mal... es decir... el no haber sido bastante buena...». La enfermedad había sido una lección, una lección olvidada, y aquella mañana, al sentir en el lecho la misma flaqueza, aquel desgajarse de las entrañas, que parecían pulverizarse allá dentro, aquel desvanecerse la vida en el delirio... la conciencia había visto, como a la luz de un fogonazo, horrores de vergüenza, de castigo, el espejo de la propia miseria, el reflejo del cieno triste que se lleva en el alma... y después... la locura, sin duda la locura... un dudar de todo espantoso, repentino, obstinado, doloroso.

Salió el barco como una exhalación, levantando lumbres del agua; saltaron a bordo grandes chorros de ella; oyose un grito horripilante, y desapareció Nieves entre las espumas que revolvía el yacht por la banda sumergida. ¡Divino Dios! clamó entonces Leto en un alarido que no parecía de voz humana . ¡Vira, Cornias! Y se lanzó al mar detrás de Nieves. Bajo el tambucho

La tartana estaba sumergida en la obscuridad; solamente un punto luminoso brillaba en su popa, en la dirección de la cámara; pero no se oía el más ligero ruido a bordo, ni se veía a nadie sobre el puente. El capitán del guardacostas, habiendo efectuado dichosamente su cambio de amuras, se dejó ir sobre la tartana, hasta una distancia de medio tiro de pistola.

Esta criatura, hija de un acróbata de baja esfera, y sumergida en el fango, no dejaba por esto de poseer la belleza pura y fresca del lirio. Pálida, delgada, elegante, de una perfección plástica, de una depravación singular, a la que unía la ferocidad anglo-sajona, reunía, pues, todas las cualidades apropiadas para subyugar a un hombre como el señor de Maurescamp.