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¡! ¡terrible, muy terrible! pero del mismo modo que nosotros la sufrimos, es necesario que otros la sufran. Es necesario que nos venguemos. ¡Y cómo! ¡cómo! exclamó Dorotea. Primero, oye... don Juan vendrá á verte. ¡A verme! exclamó la joven poniéndose densamente pálida. ¿Ha obtenido algo de ti? No.

Sufrimos por nuestras propias faltas. ¿Qué hemos hecho al otro lado del Rin desde hace diez años? ¿Con qué derecho queremos imponer señores a esos pueblos? ¿Por qué no cambiamos con ellos nuestras ideas, nuestros sentimientos, los productos de nuestras artes y de nuestra industria? ¿Por qué no los tratamos como hermanos en lugar de querer someterlos?

Fue en ese momento cuando, precisamente bajo la cama de Mounsey, que estaba pegada a la mía, empezó a hacerse oír el grillo más atenorado que he escuchado en mi vida; el falsete atroz y monótono me crispaba el alma. Lo sufrimos cinco minutos; pero, como el miserable anunciaba en la valentía de su entonación el propósito de continuar la noche entera, organizamos una caza que no dio resultado.

Parecíame que las mujeres con las cuales había estragado mi corazón y mis sentidos eran de otra especie que Amparo: me parecía que Amparo era la mujer... ella sola la mujer: esa mitad preciosa de la vida del hombre; la compensación de su fatiga, la alegría de sus pesares, el aliento de su corazón, la mitad del cuerpo y del alma de nuestro hijo, de ese dulce punto de unión donde van a confundirse en una dos existencias; la mujer con la cual nos identificamos, que siente con nosotros como nosotros sentimos con ella; que sufre cuando sufrimos; que goza cuando gozamos; que se muestra orgullosa por pertenecernos, y fuerte por nuestra fuerza; que asida de nuestro brazo se encamina tranquila a la tumba, y muere contenta y feliz si en su lecho de muerte se ve rodeada del amor de una familia en la cual se mira multiplicada, joven, fuerte, hermosa como en los días de su juventud.

Además, le sucede á ese prestigio lo que decía Napoleón de los grandes hombres y sus ayudas de cámara. Nosotros, que sufrimos y sabemos todos los infundios y vejaciones de esos pretendidos dioses, no necesitamos la prensa libre para conocerlos; hace tiempo que están desprestigiados.

Te has llevado lo mejor del barrio, granuja. ¡Los que te envidian por allá y desean verte morir!... Pero lo que has hecho es propio de tus pocos años. ¡Ay, si tuvieses los míos! ¡Si poseyeras mi sabiduría!... Ya te cansarás: el amor es un sarampión de cabeza, que todos sufrimos a cierta edad. Cree, muchacho, que el hombre está mucho mejor solo. Ya sabes que yo pasé unos cuantos meses en la Modelo.

11 Hasta esta hora hambrientos, y tenemos sed, y estamos desnudos, y somos heridos de golpes, y andamos vagabundos; 12 y trabajamos, obrando con nuestras manos; nos maldicen, y bendecimos; padecemos persecución, y sufrimos; 13 somos blasfemados, y rogamos; hemos venido a ser como la basura de este mundo, inmundicias de todos hasta ahora. 16 Por tanto, os ruego que me imitéis.

¿Cuál? interrogó la niña curiosamente, mirando, a la vaga luz de los astros, el rostro descolorido de Artegui. Que sufrirán como nosotros sufrimos contestó él.

Un ciudadano suizo que vive en su chalet de madera, considerándose igual á los demás hombres de su país, es más civilizado que el Herr Professor que tiene que cederle el paso á un teniente ó el rico de Hamburgo que se encorva como un lacayo ante el que ostenta la partícula von. Aquí el español asintió, como si adivinase lo que Tchernoff iba á añadir. Los rusos sufrimos una gran tiranía.