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Actualizado: 16 de junio de 2025
El trabajo hacía entra en calor a Pomerantzev, que estaba fatigado y sudando; pero se sentía feliz y miraba con ojos encantados alrededor. El día primaveral sonreía. De los tejados, de los árboles, del muro, caían lentamente gotas de agua, que lo ennegrecían todo en torno. Se aspiraba el olor de la nieve derretida, del estiércol, los mil olores indefinibles de la primavera.
Maltrana, cogiéndola del talle, la hablaba al oído, cosquilleándole una oreja con su aliento. Así o de otra manera, bien estaba. ¿Iban a pasar la tarde sudando y haciendo fuerza como gallegos? La pobre cama tenía derecho a quejarse con tantos arrastres y vueltas. Había que dejarla quieta... hacerla los honores de la nueva instalación...
Nosotros deslizábamos de cuando en cuando una mirada hacia la puerta, como si quisiéramos decir: ¿Cuándo nos verémos en la calle? Estábamos sudando como pollos. La situacion se hizo ya tan embarazosa, que ni mi mujer ni yo sabiamos qué hacer. Nosotros nos rendimos, capitulamos á su sabor, tomamos dos tarjetas con orlas y dorados, y nos dimos en cuerpo y alma á bajar la escalera.
Aunque unitario por simpatía, nunca se metió en dibujos políticos y pasó la mayor parte de su vida doblado sobre el trabajo, sin más distracciones que llevar el pendón de la cofradía, de que era protector, o las andas del santo, en la procesión del titular, porque era creyente de boca abierta, y chismorrear en el citado mentidero. ¡Quién le ha visto con el escapulario sobre el pecho, pequeñito y regordete, avanzar entre dos hileras de cirios, sudando bajo el peso del aparatoso estandarte, tan hinchado y satisfecho de su papel, que parecía creer que el incienso y las genuflexiones se ofrecían a su excelsa persona!
En el mismo sillón en que había agonizado su madre, Liette estaba sudando la lenta agonía de su amor.
La tos que le entró parecía anunciar un ataque de hemoptisis. «Hija mía le dijo su mamá, viéndola ir hacia el balcón , no te asomes, que estás sudando. Toma, ponte esta toquilla». Y se la ponía, y no pudiendo refrenar las ganas de salir al balcón, salió con Fortunata, y ambas estuvieron contemplando el alma en pena que se paseaba en la acera de enfrente.
¡Pues hombre, no es plato de gusto estarse ahí sudando café con leche! repuso con aspereza, alzando al mismo tiempo los hombros. La iglesia es de las más espaciosas que pueden verse en una villa. Verdad que Peñascosa, con tener de siete a ocho mil almas, no cuenta con más templo que éste. Quizá por ser demasiado espaciosa, el sacristán y sus ayudantes no quieren encargarse de limpiarla a menudo.
Pepe... Y póngase la gorra, que está sudando y se puede constipar».
Ana dio un grito, tuvo miedo. Se le figuró que aquel sapo había estado oyéndola pensar y se burlaba de sus ilusiones. ¡Petra! ¡Petra! La doncella no respondía. El sapo la miraba con una impertinencia que le daba asco y un pavor tonto. Llegó Petra. Venía sudando, muy encarnada, con la respiración fatigosa. Le caían hasta los ojos rizos dorados y menudos.
De todas suertes, ella había ido a Peleches para hacer una vida a su gusto, sin agravio ni ofensa de los demás, y esa vida haría allí. Por la tarde continuaron las visitas, que subían a Peleches sudando el quilo, porque aquel día achicharraba el sol.
Palabra del Dia
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