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El pequeño une sus manos como nosotros; yo pronuncio la oración y ha de ser el Cielo muy sordo si no nos oye. »Don Diego ama a su mujer; ya se lo había dicho a usted. La ama con un amor puro, desprovisto de todas las impurezas terrestres. Si la amase de otro modo, en el estado en que ella se encuentra, me produciría horror.

Ese era su sistema con los arrendatarios; los dejaba atrasarse en sus pagos, descuidar las cercas, reducir su material y su ganado, vender la paja y hacer todo lo que no debían; después, cuando estaba escaso de dinero a causa de su indulgencia, tomaba contra ellos las medidas más severas y se volvía sordo ante sus súplicas.

Después de un gran rato de silencio, consagrado a las devociones, Barbarita se volvía a él diciéndole con altanería impropia de aquel santo lugar: «Vaya, que tu amigo el Sordo nos la ha jugado buena». ¿Por qué, señora?

Anoche, prosiguió Basilio haciéndose el sordo, se levantó pidiendo su gallo, su gallo muerto hace tres años, y tuve que presentarle una gallina, y entonces me colmó de bendiciones y me prometió muchos miles... En aquel momento en un reloj dieron tas diez y media. Simoun se estremeció é interrumpió con un gesto al joven.

Todas las explicaciones del mundo no harian entender al ciego de nacimiento lo que es un color, ni al sordo lo que es un sonido. El acto intelectivo pertenece á esta clase: es un hecho simple que podemos designar, mas explicar.

Con todo, entiéndelo bien, yo no te culpo ni te acrimino: eres mozo sin experiencia, y te enamoraste a los primeros pasos que diste fuera de tu hogar: no es extraño que hayas sido y todavía seas ciego y sordo, y que no veas ni oigas lo que tanto suena y has tenido delante de los ojos.

El tío Manolillo, de todos aquellos hombres que seguía, sólo veía al último, y aun á larga distancia, para no ser reconocido. Favorecíale la obscuridad de la noche, el ruido sordo y continuo de la lluvia que no cesaba, y lo desierto de las calles.

Por entre el ramaje de los árboles veíase el cielo azul obscuro de las noches de verano, moteado por el luminoso polvo sideral. Como un sordo rugido semejante al hervor de lejana caldera, llegaban los rumores de la ciudad al paseo obscuro y silencioso.

Cuando ya la procesión había salido de la plaza y la escolta de caballería conmovía el adoquinado con su sordo pataleo, los señores de Cuadros y sus amigos abandonaron los balcones, entrando en el salón, profusamente iluminado.

El niño parecía conmovido, como pueden estar los ángeles a la vista de las miserias humanas; movió tristemente la cabecita, cruzó las manos y prosiguió con la expresión de un querubín que mira a la tierra: Ellos, ¡ingratos!, de pesarte llenan... ¿Seré yo también sordo a tu gemir? ¡No! Yo no quiero frutos que envenenan, No quiero goces que a mi Madre apenan, ¡No quiero ser así!