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Actualizado: 9 de junio de 2025
No oye Vd.? está Vd. sordo? A tí te lo parece. Pero señor, ¡si se oye tan bien!... ¿cómo es posible? Pero, ¿cómo lo sabes? Señor si lo oigo!.....
Y de los confines remotos llega y retumba en todo el valle el formidable y sordo rumor de un tren que pasa... La casa se levanta en lo hondo del collado, sobre una ancha explanada. Tiene la casa cuatro cuerpos en pintorescos altibajos. El primero es un solo piso terrero; el segundo, de tres; el tercero, de dos; el cuarto, de otros dos. El primero lo compone el horno.
Y mi amigo Reginaldo, rubio, de piernas largas y seis pies de alto, el tipo perfecto del inglés muscular y flexible, aun cuando estaba dedicado al comercio de frivolidades y monadas femeninas, se calló lanzando un sordo gruñido de disgusto, y encendió cuidadosamente un nuevo cigarro.
Bruscamente, por fin, el diluvio cesó. En el súbito silencio circunstante, se oyó el tronar de la lluvia todavía sobre el bosque inmediato. Más sordo y más hondo, el retumbo del
Indudablemente no había sido muy feliz en los últimos meses. Ya sabemos que no tenía motivos para serlo. La perpetua lucha que necesitaba sostener con los escrúpulos de María y el desvío sincero o fingido que observaba en ella constituían un disgusto sordo y continuado que le amargaba la existencia.
El sol inundaba de luz las soledades del espacio, animando y engrandeciendo el vastísimo paisaje. Largos y monótonos zumbidos de cigarras y de otros insectos voladores poblaban el aire de un sordo y soñoliente murmullo, que convidaba á la siesta. Callaban las aves, adormecidas por el calor, y callaban también los hombres, atentos al deicidio que se preparaba en los cielos.
Eran dos hombres valientes de veras que se echaban a temblar en cuanto sonaba un trueno. Ripamilán, aunque algo sordo de algunos años acá, había oído perfectamente la descarga de las nubes y ya se sentía mal. No tenía bastante confianza para pedir un colchón con que taparse la cabeza, según acostumbraba hacer en su casa.
Al verme, mi aspecto juvenil le causó tan evidente desagrado, que no pudo reprimir un sordo gruñido, por via de contestación á mi saludo. Era un nombre de regular estatura, de mirada fria y austera, bien avanzado en edad y con la barba enteramente rapada.
Aún era pronto, faltaban muchos minutos para la hora: lo tratado era ley. Pero Pep, con su testarudez de campesino, se hacía el sordo, repitiendo las mismas palabras mientras se ponía de pie e iba hacia la puerta, abriéndola completamente. «Las nueve y media.» Cada uno era amo en su casa, y él hacia en la suya lo que creía mejor. Debía levantarse temprano al día siguiente: «¡Bona nit!...»
Terribles rumores suben de lo hondo y parecen predecirnos mala suerte: oimos la caída de las piedras que se desmoronan, el ruido de las ramas cargadas de lluvia que rechinan en el tronco, el sordo trueno de la cascada, y el chapoteo de las aguas del lago contra la orilla.
Palabra del Dia
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