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Actualizado: 8 de mayo de 2025
No me digas que no te coja, porque te cojo, aunque me muera y me eches al infierno... Sor Natividad te falta; para que lo sepas; te falta con el Padre Pintado.... En fin, hija, que era un horror. Suprimo las flores que iba entreverando, porque me ardería la boca».
Era tan insolente el tal, que después de ser día claro se paseaba por la celda muy tranquilo y miraba a Sor Marcela con sus ojuelos negros y pillines. «Verás, verás dijo esta subiéndose con gran trabajo a la cama, porque la idea de que el ratón se acercase a uno de sus pies, aunque fuera el de palo, causábale terror , lo que es hoy no te escapas... déjate estar, que ya te compondremos».
Contestó Mauricia con un gruñido, como el de un mastín a quien dan con el pie para que se despierte. Sor Marcela puso junto a sí un plato de menestra y un pan. «La Superiora dijo , no quería que te trajera más que pan y agua; pero intercedí por ti... No te lo mereces. Aunque me proponga no tener entrañas, no lo puedo conseguir.
Sin embargo, no se olvidaba del tiempo que había pasado lejos; las páginas donde expresaba la dulzura de su nueva vida estaban todavía llenas de los recuerdos de la antigua. «A esta hora están mis compañeras en el jardín. Sor Ana se pasea en torno de la fuente, leyendo en ese libro que jamás termina, cuidando la pobrecilla a sus hijitas.
La monja que más empeñadamente abogaba porque se las dejase zarandearse un ratito era Sor Marcela, que por su cojera y su facha parecía incapaz de apreciar el sentimiento estético de la danza.
Máximo Juncal, el médico, recién salido de las aulas compostelanas, soltó varias puntadas sobre política, y también malignas pullas referentes al grave escándalo que a la sazón traía muy preocupados a los revolucionarios de provincia: Sor Patrocinio, sus manejos, su influencia en Palacio.
Sor Marcela dispuso que le volviesen a poner los trastos de la celda lo mismo que estaban, y acabose el cuento del ratón. El día siguiente fue uno de los más calurosos de aquel verano. En las habitaciones que caían al Mediodía era imposible parar, porque faltaba el aire respirable. Donde quiera que daba el sol, el ambiente seco, quieto y abrasado tostaba.
Si sor Fulana estuvo asomada á la celosía y dejó caer un billete, y si recogió el billete un estudiante. Si sor Fulana soltó por su celosía un rosario bendito, que fué á caer en la halda de la capa de un soldado. Porque en aquellos tiempos había enamorados y galanes de monjas.
A estas expresiones de ternura, mezcladas de burla cariñosa, la monja no contestaba ni siquiera con una mirada. Y la otra seguía: «¡Ay, mi galapaguito de mi alma, qué enfadadito está conmigo, que le quiero tanto!... Sor Marcela, una palabrita, nada más que una palabrita. Yo no quiero que me saques de aquí, porque me merezco la encerrona. Pero ¡ay niñita mía, si vieras qué mala me he puesto!
Es preciso ajustarle bien las cuentas...». La cojita se presentó otra vez en el corrillo mostrando la enorme llave de la perrera; la esgrimía como si fuera una pistola, con amenaza homicida. Realmente estaba furiosa, y el topetazo de su pie duro sobre el suelo tenía una violencia y sonoridad excepcionales. En esto llegó Fortunata trayendo una botella, que al punto le arrebató Sor Marcela.
Palabra del Dia
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