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Actualizado: 8 de julio de 2025
Yo recuerdo todavía con verdadera emoción las horas y los minutos en que, cual humilde amante de las fuentes, pude dirigir mi mirada hacia las aguas puras de los manantiales de la Sicilia griega, y sor prender en su alegre nacimiento, acariciados por la luz del sol, los pequeños torrentes Aeis y Amenanos, y los borbotones transparentes de Cianea y Aretusa.
Ni por esas. Mientras más consuelos le daba Belén, más inconsolable estaba la otra, y más caudaloso era el río de sus lágrimas. Sor Antonia, la madre que gobernaba allí, se despertó, y para disimular su descuido, dio una fuerte voz, sin incomodarse mucho con las durmientes y añadiendo que hacía un calor horrible.
Sor Antonia, que era la bondad misma, mirábala con toda la severidad que cabía en su carácter angelical, y Mauricia le devolvía la mirada con insolente dureza, diciendo: «Si no he sido yio... amos, si no he sido yio... ¿Para qué me mira usted tantooo?... ¿Es que me quiere retrataaar...?». Aquel día, Sor Antonia llamó a la Superiora, que era una vizcaína muy templada.
¿Qué Rosita? ¡Si ya no hay Rosita! Si ya se acabó Rosita; ahora es Sor Teresa, que no tiene rosas ni en el nombre, ni en las mejillas. Don Robustiano se acercó al Magistral; miró a todos los rincones, a todas las puertas, y con la mano delante de la boca, dijo: ¡Aquello es el acabose! El Magistral sintió un escalofrío. ¿Usted cree? Sí, creo en una catástrofe próxima.
Sor Angela de la Encarnación era estrujada y abofetea la por Satanás a la vista de todas sus compañeras, y, últimamente, arrojada por él, desde lo alto de una galería al jardincillo del convento, no recibió daño alguno.
Palabra del Dia
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