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Actualizado: 8 de junio de 2025


Y Sor Marcela pasó repetidas veces por delante de la cárcel, volviendo de registrar los nidos de las gallinas, por ver si tenían huevos, o de regar los pensamientos y francesillas que cultivaba en un rincón de la huerta.

Sor Antonia entraba, imponía silencio y les daba prisa. Oíase el esquilón de la capilla. El sacristán se había asomado varias veces por la reja de la sacristía que da al vestíbulo diciendo sucesivamente: «Todavía no ha venido don León...» «ya está ahí D. León...» «ya se está vistiendo». Oíanse en la parte alta los pasos de toda la comunidad que iba hacia el templo a oír la primera misa.

Sor Ana Brighton debía haber muerto en Stonehaven; el nombre de la Condesa se borraba de la cruz en el cementerio de Sallaz. En cuanto al Príncipe y a la joven nihilista, nadie supo más de ellos después que salieron en libertad: habían vuelto seguramente a su propaganda. ¿Y también a sus amores?

Aquella carta, hallada a su lado y unida al informe junto con otras que no tenían importancia, decía: «Sor Ana, ruegue usted por . Ruegue usted mucho, con todo el fervor de su buena alma, porque tengo necesidad de mucho perdón. »Esta es la última carta mía que usted recibe.

Otras, suspensa la mano sobre el bastidor, miraban a las monjas y se pasmaban de su serenidad. En aquel instante apareció en la sala una figura extraña. Era Sor Marcela, una monja vieja, coja y casi enana, la más desdichada estampa de mujer que puede imaginarse.

Estimulados por la curiosidad hemos acudido á las religiosas de Madre de Dios y su priora actual la R. M. Sor Sto. Domingo bondadosamente nos ha facilitado el exámen del Libro de Caja que empieza en 1791 y dos de Manuales de los años siguientes, en que constan todos los gastos que hacía el monasterio.

Y cuando una semana después, recibió Ferpierre con la confirmación de estos rumores el expediente formado por el magistrado escocés, vio que una vez más se había equivocado en sus previsiones. Sor Ana no había podido contestar a la Condesa ni iluminar a la justicia porque al leer la carta de su antigua alumna predilecta había caído como muerta.

¡Zángano!... ¡mala puñalada te mate!... bramaba Mauricia, que ya tenía pocas fuerzas y había caído al suelo . ¡Un sacerdote pegando a una... señora! Que le traigan su ropa gritó Sor Natividad . Pronto, pronto. Me parece mentira que la veré salir... Mauricia ya no se defendía. Había perdido su salvaje fuerza; pero su semblante expresaba aún ferocidad y desorden mental.

Ella también saldría, pues sólo estaba allí por equivocación; pronto se habían de ver claras las cosas, y el asno de su marido vendría a pedirle perdón y a sacarla de aquel encierro. Sor Marcela, Sor Antonia, la Superiora y las demás madres mostráronse muy afables con ella, asegurando que era de las recogidas que les habían dado menos que hacer.

Es el retrato de sor Teodora de Aransis indicó Alonso con respeto , superiora del convento de San Salomó, donde murió ya muy anciana y en olor de santidad hace diez años. ¡Guapa monja! ¿Qué tal, D. José?». Don José dijo al oído de Miquis: «¡Si pestañeara!...».

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