Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 8 de junio de 2025
Era Sor Natividad vizcaína, y tan celosa por el aseo del convento que lo tenía siempre como tacita de plata, y en viendo ella una mota, un poco de polvo o cualquier suciedad, ya estaba desatinada y fuera de sí, poniendo el grito en el Cielo como si se tratara de una gran calamidad caída sobre el mundo, otro pecado original o cosa así.
La morena ha dicho: «... y en particular a sor Elisa, para que se le vayan ciertas ilusiones». Esta sor Elisa que tiene ciertas ilusiones piensa Azorín , ¿quién será? ¿Qué ilusiones serán las que tiene esta pobre sor Elisa, a quien él ya se imagina blanca, lenta, suave, un poco melancólica, a lo largo de los claustros callados? Las monjas han rezado una salve.
Sor Ana la trataba verdaderamente como a hija, y en sus palabras de consuelo, en sus llamamientos a la fe cristiana, se comprendía que contestaba a algunas cartas en que la muerta le hablaba de sus dolores y de su desesperación.
Ni siquiera sabe salir con decencia». Iba descalza, cogidas las botas por los tirantes. Póngase usted las botas le gritó la Superiora. No me da la gana. Abur... ¡Son todas unas judías pasteleras...! Paciencia, hija, paciencia... necesitamos mucha paciencia dijo Sor Natividad a sus compañeras, tapándose los oídos.
A la Superiora se le escapó, sin poderlo remediar, una ligera sonrisilla; mas al punto volvió a poner cara de palo. Y la enana corrió hacia donde estaban las recogidas, y lo mismo que dijera a Sor Natividad se lo repitió a Fortunata, sin poner un freno a su ira: «¿Habrase visto diablura semejante?... ¿Qué te parece? ¡Estamos todas horripiladas!». Fortunata no dijo nada y se puso muy seria.
Belén se había puesto a charlar por lo bajo con una monja llamada Sor Facunda, que era la marisabidilla de la casa, muy leída y escribida, bondadosa e inocente hasta no más, directora de todas las funciones extraordinarias, camarera de la Virgen y de todas las imágenes que tenían alguna ropa que ponerse, muy querida de las Filomenas y aún más de las Josefinas, y persona tan candorosa, que cuanto le decían, sobre todo si era bueno, se lo creía como el Evangelio.
Un telegrama de Londres para el Journal de Genève precisó, al día siguiente, que la enfermedad databa de un mes, y que el ataque apoplético, según la declaración de la prima de sor Ana, su única parienta, la había sobrevenido al leer una noticia funesta.
Ninguno de los otros papeles de la difunta arrojaba la menor luz: los más importantes eran un legajo de cartas de aquella sor Ana a quien la Condesa había escrito la mañana misma de la catástrofe.
Sor Natividad, que era mujer de mucho entendimiento y estaba acostumbrada a los pueriles entusiasmos de su compañera, no hizo más que sonreír con bondad. Hubiera dicho a Sor Facunda: «qué tonta es usted, hija»; pero no le dijo nada; y sacando un manojo de llaves se fue hacia el guardarropa. «¿Pero en dónde está esa loca?» preguntó después.
Llevaba siempre tras sí, en las horas de recreo, un hato de niñas precozmente místicas, preguntonas, rezonas y cuya conducta, palabras y entusiasmos pertenecían a lo que podría llamarse el pavo de la santidad. Difícil es averiguar lo que pasó en el cotarro que formaban Sor Facunda y sus amiguitas.
Palabra del Dia
Otros Mirando