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Actualizado: 14 de junio de 2025
Su fisonomía sonriente, ruborosa y expresiva con exceso, le había hecho pasar por novio de casi todas las damiselas á quienes se había acercado en su vida. Claro está que tales presunciones no tenían fundamento positivo; pero quizá si penetrásemos en los misterios de la psicología, hallaríamos disculpa para la ligereza de los vecinos de Vegalora.
Aunque tuvo intentos de eludir su saludo no pudo hacerlo: al cabo vino hacia ellos sonriente y afectuoso como lo estaba siempre aquel joven eminente, y les abrazó con efusión. ¡Ustedes por aquí!... ¡Cuánto me alegro!
Mientras tanto, Germana, bella y sonriente como la mañana, despertaba a su madre y a su marido, asistía al tocado de su hijo y bajaba al jardín para respirar el aire embalsamado del otoño. Los señores Le Bris y Stevens no tardaron en unirse a ellos. Todos contemplaban al pequeño Gómez que paseaba un galápago por el jardín. El único que faltaba era el duque.
¡A la orden, señor comisario! Y el comisario un viejo criollo, de cara bonachona y sonriente alzó la vista, me miró, y dijo: "Esperá", mientras concluía la tarea de poner el sobre escrito a una carta. ¡Decime, che!... ¿Has sido sargento del sexto? ¡Sí, señor!
El anciano junta su calva, en misterioso cuchicheo, a la cabeza sonriente de la niña. San Francisco el Grande oigo decir al viejo se parece al panteón que vimos en Roma... al panteón de Humberto. Sí, sí dice la niña ; se parece al panteón de Humberto; pero aquél tiene luz cenital. El viejo calla un momento; está reflexionando... Y luego corrobora gravemente: Sí, sí; es verdad: tiene luz cenital.
Para paliar un poco el mal efecto de este brusco movimiento, se acercó sonriente a la dama y la acarició amorosamente la cara. Tengo una carta para el periódico empezada... Necesito terminarla antes que se vaya el correo. Adiós, amor mío...
Mientras los hombres se mataban por la gloria de la Virgen de Begoña, la carcoma, más sabia que ellos, seguiría mordiendo las entrañas de madera del sonriente fetiche: tal vez á aquellas horas algún ratón roía las patas del ídolo milagroso, bajo su hueca saya de pedrería.
En su pensamiento, asociaba la sonriente bondad de Roussel con la sequedad angulosa de la señorita Guichard y no se daba cuenta de la posibilidad de una unión entre estos dos seres tan poco á propósito para entenderse. En verdad, comprendía que se hubiesen repelido, como los elementos afines de la electricidad, y adivinaba qué sacudidas habían debido producir esas corrientes encontradas.
¿Es de veras eso, chico? dijo acercándose a él sonriente y tomándole con sus dedos finos sonrosados la barba . No lo creo.... Tú no tienes temperamento de enamorado.... Y si no, vamos a probarlo.... Si yo te mandase hacer una cosa que pudiera costarte la vida, o lo que es aún peor, la honra ... algunos años de presidio..., ¿lo harías? ¡Ya lo creo! ¿Sí?... Pues mira, quiero que mates a mi marido.
Hace un sin fin de tiempo que no veo ningún cuadro de usted, Núñez dijo la condesa de Peñarrubia dirigiéndose al laureado pintor. ¡Oh cielos! ¿También usted, condesa? exclamó aquél con aspaviento cómico de susto. ¿Qué quiere usted decir? replicó sonriente la dama.
Palabra del Dia
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