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Actualizado: 4 de mayo de 2025


La abuela tiene la costumbre de consultar con él todos sus asuntos, pequeños y grandes. Era, pues, el caso de hacerlo. En cuanto entramos en su despacho, el padre Tomás comprendió que había electricidad en el aire. ¿La señorita Magdalena ha roto su muñeca? preguntó sonriendo al ver la seriedad de la abuela.

Eran las de López las que llamaban; unas «perchas », según Amparito, a las que caían rematadamente mal los vestidos lujosos y recargados con que las obsequiaba el papá a cada operación afortunada en la Bolsa. ¿Ya se han arreglado ustedes? añadió una de ellas, sonriendo de un modo que picó la susceptibilidad de Amparito.

¿Ahora no vive usted en Sevilla? No, señor; hace seis años que estoy establecido en Cantillana. Recordé entonces el antiguo adagio español, y le dije sonriendo: «Anda el diablo en Cantillana»... ¡Ca, hombre! Ya hace mucho tiempo que no anda... Se ha marchao aburrío.

Cobo se hizo afectadamente el distraído. ¿Os ha pasado ya la berrenchina? siguió la viuda dirigiéndose a sus hijos . ¿Cuánto durarán las paces?... ¡Jesús, qué criaturas tan picoteras!... Mirad, yo no voy a vuestra casa porque cuando os encuentro con morro me apetece tomar la escoba y romperla en las costillas de los dos.... Los tertulios se volvieron hacia los jóvenes esposos sonriendo.

De manera que se contentó con abrir sus grandes ojos, sonriendo a la ruborosa mejilla de Filomena, bello ejemplar de la florescencia del sudoeste, y después dejó a un lado la cuestión. En una sabrosa epístola que escribió a su mejor amiga de Boston podía leerse lo siguiente: «Opino que la parte de esta comunidad que se emborracha, es aún la menos digna de objeción.

Después de un rato prosiguió, sonriendo dolorosamente, con esa sonrisa de los ancianos próximos a morir: ¿Cómo me encuentras, hijo? ¿Mal, verdad? ¿Te acuerdas? ¡Antes tan fuerte, tan activa! ¡Estaba yo en todo! Ahora, aquí me tienes, como presa, como si tuviera grillos... ¡peor que si los tuviera!

Abandonó Maltrana su sillón al reconocer a dos señoras que venían hacia él: las primeras que se mostraban en el paseo. «Conchita y doña Zobeida...» Y las saludó gorra en mano sonriendo obsequiosamente, pues doña Zobeida, a pesar de su modesto exterior, le inspiraba una gran simpatía no exenta de lástima.

En el comité lo han vuelto medio tonto con sermones y soflamas. El toreo es un progreso continuó el doctor, sonriendo , ¿te enteras, Sebastián? un progreso de las costumbres de nuestro país, una dulcificación de las diversiones populares a que se entregaban los españoles de otros tiempos; esos tiempos de que te habrá hablado muchas veces tu don Joselito.

La madre y la esposa del torero, entre parientas y amigas, marchaban al frente, haciendo crujir a su paso la gruesa seda de las faldas negras y sonriendo dulcemente bajo sus mantillas.

Los trabajadores europeos le miraron con curiosidad, repitiendo su nombre, y las mestizas fueron hacia él, sonriendo como esclavas. Manos Duras acogió este recibimiento con cierta altivez. Una de las mujeres se apresuró á ofrecerle un asiento de honor, y trajo otro cráneo de caballo. Se acomodó el terrible gaucho en él, teniendo en torno á los demás parroquianos sentados en el suelo.

Palabra del Dia

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